El buen patrón es el alemán: el caso del mozo colonato en San Marcos, Guatemala, a través de los ojos Juan Tayún

Gabriela Grijalva
Instituto de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Arqueológicas
grijalvamenendez@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-9317-6712

Resumen:

En este artículo se discute la noción de “buen patrón” y las relaciones intersubjetivas de antagonismo de clase presentes en el libro El relato de Juan Tayún: la vida de un indio guatemalteco. Este libro, escrito por Valentín Solórzano, documenta el testimonio de Juan Tayún, un indígena mam que narra sus vivencias en la Finca Filipinas, ubicada en el departamento de San Marcos, Guatemala, durante el régimen liberal de Ubico y la Revolución Guatemalteca de 1944. El relato también ilumina aspectos significativos de las relaciones entre indígenas y ladinos pobres, así como los explotados y los dueños de la tierra, los gobernantes y las prácticas paternalistas que existían en la Guatemala de principios del siglo XX. 

Asimismo, se analiza cómo El relato de Juan Tayún retrata las formas de explotación que obligaron a población indígena a trabajar para las grandes fincas de monocultivo de café a través distintas figuras legales como la Ley de vagancia.

Palabras clave: mozo-colonato, Revolución de Octubre en Guatemala, reforma agraria, explotación, buen patrón.

Nosotros sólo gritamos al nacer, y luego nos callamos
hasta que viene la muerte por nosotros.
Juan Tayún

El libro de Valentín Solórzano, El relato de Juan Tayúnla vida de un indio guatemalteco fue publicado en México en 1985 por la editorial Amic e ilustrado con grabados del catalán José Narro. Este libro constituye una especie de “radiografía” político-visual de las relaciones étnico-nacionales de Guatemala así como de las relaciones sociales de producción entre los años 1930 a 1954 que acontecen en una finca cafetalera ubicada en el departamento de San Marcos, propiedad de una familia alemana. Esta narración da cuenta de las conversaciones que Valentín Solórzano sostuvo con Juan Tayún, indígena mam, campesino e hijo de un caporal de esta finca reconstruye sucesos situados entre el régimen ubiquista y la Revolución de Octubre en Guatemala.

La obra de Solórzano está conformada por una introducción al contexto económico-social de la época, realizada por el autor, y la presentación del testimonio no ficcionado de Tayún. Por lo tanto no se trata de una novela ni de un escrito basado en una entrevista, ya que el relato de vida de Juan Tayún es el núcleo del libro. El relato está dividido en dos partes. La primera contextualizada en la dictadura ubiquista y la segunda sitíua el acontecer local de la Revolución Democrática. En la narración aparecen pocos “personajes”, entre ellos el padre de Juan, el patrón de la finca Filipinas, el maestro, y en menor medida, los abuelos y tíos de Tayún.

Este libro testimonial puede ser considerado como una fuente primaria debido a que, en palabras del autor, “La relación contenida en este libro es absolutamente veraz y originada en las pláticas de Juan y el autor cuando ambos eran jóvenes […], no hay exageración ni mistificación […] es un verídico relato confirmado por la experiencia del autor” (Solórzano, 1985, p. 3). A través de esta narración es posible conocer aspectos significativos de las relaciones entre indígenas y ladinos pobres, así como entre trabajadores y sus patrones. También permite profundizar en el imaginario de los explotados sobre los dueños de la tierra, los gobernantes y las prácticas paternalistas que existían en la Guatemala de principios del siglo XX. 

Este imaginario no puede ser entendido sin comprender el contexto histórico y el modelo de producción imperante en el tiempo en el que se desarrolla el relato de Tayún. Los mecanismos de orden y dominio se basaban en el uso de la violencia física, simbólica y geográfica (Ansaldi & Giordano, así como en el contínuo clientelismo/paternalismo y la exclusión étnica y de clase.

El testimonio como fuente debe entenderse bajo los términos espaciales, políticos, económicos y la época en la que vivió el autor; así mismo en los límites que le impone la memoria. Ante esta situación Taracena advierte que:

Los historiadores intentamos acercarnos a la veracidad de los hechos, tomando en cuenta que buscamos comprender el pasado sabiendo que “no se puede volver a él”. Lo que existe son representaciones de ese pasado que se nutren de múltiples fuente escritas, orales y gráficas, muchas veces contradictorias entre sí. De esa forma, sobre el pasado confluyen múltiples perspectivas, pero las únicas fiables son las evidencias que los investigadores recopilamos, trillamos, analizamos, pues lo que se diga del pasado debe tener algún soporte, aunque se puede y se deba debatir la calidad de éste. (Taracena, 2022, p. 19)

Se hace necesario, por tanto, la confrontación del testimonio con otras fuentes que nos puedan acercar desde varias aristas a la realidad estudiada. Sin embargo, tomaremos en cuenta la posición de Taracena en cuanto a que la función del historiador no debe ser perseguir la objetividad, porque ésta no existe en términos absolutos, sino que debemos esforzarnos en trabajar ética y honestamente las fuentes a las que tenemos acceso y permitirles hablar dentro de su contexto (Taracena Arriola, 2022, p. 18)

A modo de contexto

La crisis económica acaecida a nivel mundial en 1929 impactó al mercado del café en Guatemala, se derrumbó su producción y exportación. Dado que la economía guatemalteca dependía de este monocultivo se produjo un fuerte desequilibrio en otros sectores económicos e impactó en la acumulación de capitales (Tischler Visquerra, 2009, pp. 158-159). El Estado guatemalteco vio mermados sus ingresos al experimentarse una baja en el pago de impuestos de exportación y otros rubros. Todo esto produjo una severa crisis. El desempleo se propagó por todas partes, el Estado era incapaz de pagar los salarios de burócratas, maestros, trabajadores de la salud, etc. Asimismo, el sector cafetalero afrontó la pérdida de tierras que habían sido hipotecadas para solventar los gastos propios de la finca y que pasaron a ser propiedad, en gran parte, a prestamistas alemanes (González, 2014).

La crisis económica decantó un caldo de cultivo propenso a los levantamientos revolucionarios pues había gran desasosiego entre obreros y campesinos por la falta de ingresos económicos. Además, en Guatemala, y en otros países, durante la década de los veinte del siglo XX se vivió un auge organizativo que vio nacer diversas formaciones obreras, gremiales y el acercamiento campesino a algunas organizaciones sociales. En países vecinos como El Salvador hubo un gran levantamiento popular atribuido a los comunistas en 1932 que, aunque terminó en una masiva masacre, ejemplificó lo que podía llegar a pasar en Guatemala si los desposeídos se organizaban. 

Ante “la acumulación de nubes de tormenta roja” (Gleijeses, 1989, p. 29) (comunismo) las élites guatemaltecas consideraron que requería de un hombre fuerte al mando del Estado. Ese hombre era Jorge Ubico quien, como gobernador de Retalhuleu, había adquirido fama de ser eficiente y cruel (Gleijeses, 1989, pp. 29-30). 

Por lo que el inicio del mandato presidencial de Ubico en 1931, como representante de los liberales, estuvo marcado por un gran reto a su administración. 

El ascenso de Jorge Ubico, por tanto, no fue casual. Él había sido nominado como candidato representante de los liberales por ser un terrateniente cafetalero que contaba con una reputación de tener mano dura y resolutiva, cuyo objetivo sería afrontar la crisis económica y las consecuencias sociales que se dieron a partir de ella. 

Ubico propició la centralización del poder en las instituciones estatales, la reconfiguración en el manejo de la fuerza de trabajo y la modernización tecnológica en pro del cultivo y distribución cafetalera1. Así la centralización del poder administrativo (Sarazúa, 2015), la militarización de la sociedad, la represión de los movimientos sociales a partir de ideas anticomunistas y contrarrevolucionarias y la reformulación de las formas de trabajo forzado fueron algunas de las medidas que tomó el régimen ubiquista para lograr una recomposición en el orden económico-social del país:

Las transformaciones en el mundo del trabajo rural respondían claramente al nuevo contexto económico, así que no puede verse la nueva legislación emitida en 1934 como otro ejemplo más de trabajo forzoso, sino por el contrario, como parte de una estrategia general para mantener el control en el campo, pues incluye también las transformaciones en la administración municipal. En el caso particular de las leyes de trabajo agrario […] se eliminó la servidumbre por deudas […]. La justificación de tal medida decía que esperaba evitar los conflictos entre “patronos y trabajadores por desacuerdos sobre deudas provocados por las actividades de reclutadores”. (Sarazúa, 2015, p. 82)

Otro aspecto importante es que al derogar el trabajo por deudas (Decreto 1995) prontamente se instituye la Ley contra la Vagancia (Decreto 1996), que resolvía el problema de otorgar jornaleros a las fincas, ya no bajo una fuerza totalmente represiva, sino con una mezcla de compulsión económica e injerencia de las fuerzas militares del Estado. Esta ley trataba de construir un individuo sin propiedad de subsistencia que tuviera que vender forzosamente su fuerza de trabajo para sobrevivir, apuntalado con normas específicas acerca de quién era considerado vago. Por ejemplo, poseer menos de tres manzanas de tierra (209,666.88 m2) cultivadas, no tener un ingreso económico adecuado y cualquiera que no tuviera trabajo podía ser obligado a trabajar bajo fuerza represiva. 

Con la entrada de Jorge Ubico al poder:

Se emite en 1934 en Decreto No. 1995 que prohibía los pagos anticipados a los jornaleros y mozos colonos de las fincas con el objeto de evitar la sumersión forzada al trabajo por medio de deudas del jornalero a los finqueros. Este decreto fue interpretado como un gran logro en la liberación del trabajo en el área rural. Sin embargo, al día siguiente fue emitido el Decreto No. 1996, Ley Contra la Vagancia, con el cual sería el Estado el que administraría la fuerza de trabajo tanto para las fincas como para los trabajos de construcción […]. (Ruano, 2019, p. 6)

También eran considerados vagos aquellas personas que no tenían profesión y oficio que les proporcionara medios de subsistencia, los que tenían oficio, pero no trabajaban habitualmente, los que iban a billares, cantinas, prostíbulos, etc., los mendigos, los prófugos de las fincas entre otros individuos (Guatemala, 1934, pp. 1-2). En la ilustración 1 podemos apreciar un extracto de la Ley contra la vagancia donde se describe los factores que encasillaban a una persona como vago.

Sarazúa (2015) indica que una diferencia importante con la legislación anterior fue que incluía a la población ladina2que no pudiese mostrar que tenía los medios económicos o profesión para escapar a la misma (p. 82).

Imagen 1. Ley contra la Vagancia

Fuente: Decreto 1996, Guatemala, mayo de 1934. Gobierno de Guatemala. Fotografía tomada por la autora.

La Finca Filipinas, el pequeño mundo de Juan Tayún

Juan Tayún, originario de San Marcos, aldea el Tunco3, municipio de El Tumbador, “hijo del caporal mayor o sea el que sigue en mando administrador, y al patrón que es el dueño de la finca y de nuestras vidas” (Solórzano, 1985, p. 17), vivió bajo la dictadura de Jorge Ubico y bajo el yugo del propietario de la finca cafetalera Filipinas.

La finca Filipinas, como muchas otras, era propiedad de la compañía Nottebohm y hermanos, alemanes provenientes de Hamburgo y estaba ubicada en la aldea El Tumbador en la Boca Costa de San Marcos. En este departamento se concentraron los intereses de varias familias alemanas, dada la gran calidad del café en la zona (González, 2014, p. 261). Las fincas de los Nottebohm fueron creciendo y afianzándose a raíz de la crisis de 1897, pues ellos eran propietarios del banco Agromercantil, que proporcionaba préstamos a los cafetaleros y, al no poder pagar sus deudas, grandes extensiones de tierra pasaron a ser parte de esta compañía:

A raíz de la crisis de 1897-1898, los créditos asegurados con hipotecas de muchos deudores en Guatemala entraron en mora […]. Ante tales circunstancias, Nottebohm & Co. prefirió no entablar trámites judiciales, sino convino con los deudores en administrar sus fincas por un lapso de cinco años, al término de los cuales varias plantaciones empezaron a pasar a manos de sus acreedores alemanes. (González, 2014, p. 261)

A raíz de este cambio en la tenencia de la tierra, los Nottebohm y Co., pasaron a ser los más acaudalados latifundistas en San Marcos, poseyendo no únicamente la finca Filipinas sino también las fincas Bola de Oro, Perú y Montecristo, en la aldea el Tumbador; y Lorena y Medio Día, en la aldea San Rafael Pie de la Cuesta (González, 2014, p. 301). De igual manera tenían fincas en otros departamentos del país, y las cobranzas de los préstamos que otorgaban para finqueros, habilitadores, pequeños productores y mozos colonos, se extendían a lo largo de toda la región. Este complejo alemán tenía inversiones en diversos rubros de la economía del país y fuera de ella:

Los Hnos. Nottebohm también fueron influyentes accionistas y dueños de 594 caballerías4 en el Puerto de San José, Escuintla. Poseían un almacén de abarrotes, una empresa eléctrica y una empresa de servicios de teléfonos en la ciudad de Quetzaltenango, al mismo tiempo que eran una de las más vigorosas casas de importación de insumos agrícolas, productor de abonos nitrogenados con un 20% de nitrógeno y 70% de la cal utilizada como complemento del suelo en las regiones cafeteras. De igual modo, eran accionistas en diferentes empresas y bancos en Guatemala, Europa y Estados Unidos. (González, 2014, p. 268)

Como podemos observar, esta familia no solamente tenía poder local, sino internacional, ya que eran exportadores de café, vendedores de insumos para este cultivo, banqueros, vendedores de abarrotes e incluso poseían electricidad y telefonía. Esto los convertía en un complejo dominante en todos los sentidos y autónomo a la hora de sacar la exportación del café del país. Ante esta acumulación de poder y propiedades, la finca Filipinas representa un microcosmos en donde podemos observar cómo se desarrollaba la vida de los subalternos, con relación a sus patrones.

Habiendo contextualizado la localización y a los dueños de la finca Filipinas, pasaremos al tema principal del presente artículo: el “buen patrón”. Hemos denominado así el texto ya que algunas de las afirmaciones que encontramos a lo largo del relato de Tayún son acerca del patrón bueno, el patrón malo y el tata (padre), es decir, patrón que era el jefe político de San Marcos y también el presidente Ubico, según a lo que se hiciera referencia. Ante este imaginario, nos surge una serie de preguntas que iremos tratando de desarrollar en el ensayo: en primer lugar ¿Qué hace que un patrón sea bueno?; en segundo lugar ¿Cuál era la relación de los mozos de las fincas cafetaleras para con el patrón durante el régimen ubiquista?, que conllevaba las relaciones sociales en el modelo de producción que el historiador Sergio Tischler denomina como la forma finquera del Estado (Tischler Visquerra, 2009); y, en tercer lugar ¿Cómo impactó el proceso revolucionario a la idea de buen patrón que tenía Juan Tayún?

El buen patrón y la finca cafetalera en Guatemala de principios del siglo XX

La primera y segunda pregunta son indisociables, dado que las relaciones sociales de producción y la ideología, que el modelo de producción de la forma finquera conlleva, son la razón esencial de la existencia de la idea de patrón bueno o malo:

A diferencia de los planteamientos que sin menor vacilación defienden la tesis de la finca como unidad capitalista, nosotros sostenemos que dicha categoría estaba definida por la renta precapitalista, y que en ese sentido era el espacio privado de la organización de las relaciones de servidumbre potenciadas por la forma valor del producto exportable (el café) […]. En otras palabras, el crecimiento de la forma valor de la producción nacional ligado al auge de la economía cafetalera no se tradujo al mismo tiempo en un despliegue de la forma de organización típica del capitalismo: el trabajo asalariado. Más bien, las formas de organización precapitalista del trabajo ligadas a diversas modalidades de la compulsión extraeconómica fueron el soporte de ese crecimiento cafetalero. (Tischler, 2009, pp. 37-38)

Este modelo económico se basó por tanto en estructuras precapitalistas de la renta del suelo, entendidas como la sujeción del productor directo al poder del terrateniente mediante coacción extraeconómica que implica la ausencia de un productor jurídicamente libre para vender su fuerza de trabajo; siendo la tierra la condición material del poder económico y político mas no el capital (Marx, 1976, pp. 731-736). En este caso la mano de obra explotada bajo términos precapitalistas era la de los mozos colonos y temporales en su mayoría indígenas, y se reproducía en la tierra de los grandes latifundistas donde eran obligados a trabajar utilizando formas de coacción extraeconómica, impulsados por los gobiernos liberales, como los mandamientos, repartimientos, habilitaciones, trabajo por deudas, y, posteriormente con el inicio del régimen ubiquista, la Ley de vialidad y la Ley contra la vagancia.

Antes de la llegada al poder de los liberales, en 1871, las formas de explotación imperantes provenían de la estructura económica y social existentes heredadas de la explotación colonial del añil, como lo eran las habilitaciones, siendo el trabajo por deudas de anticipos en moneda o productos en tiendas de raya que ataba al deudor y a su familia durante varias generaciones al trabajo en las fincas cafetaleras, los mandamientos y el repartimiento de mano de obra indígena proveniente aún de las formas coloniales de producción. Estas formas precapitalistas de explotación dejaron de ser efectivas con la crisis económica cafetalera en 1929 y los terratenientes empezaron a mostrar su descontento ante esta legislación (Gleijeses, 1989, p. 34). 

El Estado inició un proceso de racionalización de la mano de obra, quitándole a los finqueros la administración única de la misma y otorgando al jefe político y demás engranajes burocráticos las decisiones de repartición de los trabajadores en pro de los terratenientes y de la construcción de la infraestructura requerida para movilizar la producción agrícola de exportación.

En el relato de Juan Tayún encontramos referencia a estos tipos de explotación precapitalista, pues comenta que su tata fue víctima de un mandamiento y se lo llevaron a él y a sus padres y hermanos de Comitancillo, San Marcos, a tierra caliente porque el señor jefe político recibió la orden de enviar un mandamiento de 30 “hombres naturales”5, junto con su familia a una finca en la costa: “Mi pobre tata contaba que su tata, su mujer y a todos sus hijos los amarraron y después de leer un papel que llevaba un oficial de la tropa de San Marcos, donde decía que se aceptaban voluntarios para ir a trabajar a la finca Las Filipinas” (Solórzano, 1985, p. 19). Así, el padre de Juan deja la tierra de sus ancestros y llega a la costa: Cuando quiso regresar a Comitancillo lo encarcelaron y le dijeron que no podía regresar porque debía mucho dinero, a lo que él aducía que no recordaba que le hubieran dado dinero, sino sólo maíz, “trago”, sal y otras cosas que se vendían en la tienda de la finca y que ya no debería tener deudas porque le quitaban cada semana una cantidad para abonar a la cuenta.

El padre de Juan Tayún fue víctima, por lo que se entiende, de un mandamiento y de una deuda en la finca por comprar artículos de primera necesidad en la tienda de raya, razón por la cual se encontraba forzado a trabajar permanentemente en la finca Filipinas. Posteriormente, debido a este arraigo, se convierte en el caporal mayor6 de la finca, aunque no deja de extrañar la tierra fría y de quejarse de las enfermedades del calor.

Tayún, aunque mozo, era hijo del caporal de la finca, lo cual les daba ciertas prebendas con relación a los otros mozos. Esta situación específica también hacía que tuvieran otra perspectiva acerca del dueño del latifundio, y es aquí, de boca del padre de Tayún, que encontramos la afirmación de que el patrón era bueno con los que allí vivían porque se preocupaba por ellos, pero sobre todo porque era alemán: 

[…][Los alemanes] Ellos no son de aquí, me dijo, ellos comenzaron a venir cuando comenzó el café, el ferrocarril y los ingenios de azúcar, pero en el fondo son mejores que los ladinos, el patrón alemán vive en la finca y se encariña con la gente; el patrón ladino, sobre todo si es algo negro y trompudo como nosotros, ese sí que es malo y duro para tratar a los naturales, como que tienen miedo que lo confundan con ellos. (Solórzano, 1985, p. 25)

Resulta significativo que el patrón alemán sea considerado como bueno, aunque ya se ha hablado que la familia Tayún llegó a trabajar forzadamente a partir de un mandamiento. Esto podría explicarse a partir de la propuesta que Tischler (2019) hace del ethos señorial, cuya propuesta afirma que las relaciones entre las clases sociales no pueden ser entendidas solamente como grupos con cohesión interna, sino que deben ser entendidas también con relación a las demás clases sociales, donde se construye un campo de intersubjetividad y, por tanto, un ethos al que denomina señorial: “Este concepto incluye, entre otras cosas, la trama intersubjetiva de la constitución de las clases, particularmente la definición del ethos de la clase dominante; o lo que es su equivalente: el horizonte histórico moral de la dominación oligárquica y la identidad de la época liberal” (Tischler, 2009, p. 54). 

Tischler retoma el concepto de ethos de Weber (1987), La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en el que se refiere al ethos como el sentido de conciencia o espíritu que condiciona un modo de vida, particularmente un determinado tipo de subjetividad que se expresa en la organización de la vida social y económica; es decir como acción social (Tischler Visquerra, 2009, p. 80). El autor afirma que:

La unificación señorial de la sociedad, a diferencia de la derivada de un acto fundacional entre hombres libres, presupone de una interpelación ideológica conservadora y jerárquica como cemento cohesionador de la misma, de tal suerte que la internalización de ese sistema valórico por parte del oprimido permite que el imaginario jerárquico, plasmado en la figura del señor, se constituya en parte de su identidad, así como el sirvo en la de aquel. (Tischler, 2009, p. 54)

La relación de las clases sociales entre sí construye esta intersubjetividad, dando lugar al reconocimiento del señor o patrón, en este caso, como parte fundamental del sistema en el que los mozos existen, como padre bueno o padre malo, patrón bueno o patrón malo, según el comportamiento más o menos explotador del finquero. La Iglesia y el Estado también participarían en el afianzamiento del ethos señorial y del paternalismo que conlleva. 

Ansaldi y Giordano (2016) proponen que el paternalismo, a través de la Iglesia Católica, para el caso latinoamericano, sostenía en la figura de Cristo la dualidad entre el Padre y el Hijo, que sirvió de instrumento del poder oligárquico al identificar al hacendado como el Padre y al campesino indígena como el Hijo sufriente, el que cargaba con la cruz (p. 577). Esta reflexión pone en la mesa la idea de que el mozo vino a la tierra a trabajar, como buen hijo obedeciendo al padre hacendado, como si aquél obedeciera al dios cristiano, como indica Tayún, a raíz de lo que ha escuchado de su padre y del cura que llega a la finca: “por eso es tal vez que los blancos mandan, pues si Dios es blanco, los blancos saben más” (Solórzano, 1985, p. 28). No es difícil entender el por qué se le profería aprecio y respeto al patrón, no solamente por la dependencia económica del mozo, sino por la construcción de un imaginario del padre que protege. Sin embargo, debe decirse que esto no significó, de ninguna manera, que no existieran levantamientos y motines dentro de la población indígena a raíz de los abusos de hacendados, caporales, habilitadores y jefes políticos. Con relación a ello podemos ver que Juan Tayún nos dice lo siguiente: 

Tata defiende al patrón y dice que hay que proteger al santo café, que sin café no habría nada, no habría trabajo, no habría comida, no habría fincas […]. En fin, cuando el café tiene buen precio hay bastante pisto y hasta el patrón se vuelve gamonal7, pero cuando el café baja de precio todo es pobreza y hambre. El café no se toma aquí, se manda por ay [sic] porque en la tierra de los alemanes beben mucho café y como ellos tienen mucho pisto lo compran caro. (Solórzano, 1985, p. 24) 

Luego de esta reflexión acerca de la relación entre mozos y patrones, y de la intersubjetividad existente a partir de la relación entre las clases sociales, podemos acercarnos más a nuestro objetivo: la definición de lo que sería un “buen patrón”.

El buen patrón alemán en la finca Filipinas, residencia de Juan Tayún

Dentro del ethos señorial del que hemos hablado, el buen patrón es el que se “preocupa” por sus mozos proporcionándoles vivienda, salud, tierra para cultivo de subsistencia y educación; máxime, a los ojos del padre de Tayún, si son alemanes. Es verdad, que se proporcionaban precariamente algunas de estas medidas a los mozos de las fincas cafetaleras, ya que necesitaban, por un lado, mantener su fuerza de trabajo activa, y por el otro, forjar lazos paternalistas que aseguraran la permanencia de los mozos en sus fincas.

Para Sarazúa (2015) estos “favores” que daban los latifundistas alemanes de la Boca Costa de San Marcos, tenían como objetivo construir una base social para los finqueros que les afianzara obediencia y lealtad frente a los peligros de rebeliones por los jornaleros temporales: “Sin embargo, los pequeños privilegios y los exiguos salarios permitían una satisfacción calculada de las necesidades, pero nunca la acumulación de riqueza o la movilidad social. Los sujetos atrapados en esta lógica no se percibían a sí mismos como sujetos con derechos, sino como personas que recibían favores que podían ser pedidos si no se mostraba la fidelidad debida” (p. 363). 

La diferencia entre la vivienda de los patrones y la de los mozos colonos era evidente, sin embargo, los pocos servicios que les eran prestados a los trabajadores les daban la idea de estar mejor que los trabajadores temporales y que los mozos de otras fincas. Como ejemplo de ello tenemos la descripción de Tayún sobre la finca Filipinas. Juan explica que “todos los ranchos de la finca están alrededor de una pequeña plaza, en donde se encuentran tres construcciones de madera con techo de lámina de zinc y encaladas” (Solórzano, 1985, p. 27). Estas construcciones eran la Iglesia dedicada a la Virgen de Concepción; a continuación, el juzgado y la cárcel, y tercero, la escuela de la finca en donde también vive la maestra:

La casa del patrón, la administración de la finca y la casa del administrador están en una loma […]. La casa del patrón tiene cimientos de calicanto y es de madera de cedro […] en la finca no hay luz eléctrica para los ranchos, pero en la casa del patrón hay una planta de energía eléctrica […] el patrón tiene su caballeriza, donde están sus caballos que son grandes y bien cuidados […] y cada mes viene un doctor que dice que es el veterinario […] y los cura como si fueran gente, con pastillas y remedios. A veces pienso que los caballos están más cuidados que nosotros, porque si nos enfermamos llaman a un señor llamádose don Zenón, y sólo que estemos muy malos viene porque si no, nosotros lo vamos a ver a Nuevo progreso con una carta del patrón. Cada mes viene un doctor que va a todas las fincas y nos atiende en un cuarto bien limpio que le dicen la clínica, pero ese doctor no cura y siempre está más bolo que el trago. (Solórzano, 1985, p. 42)

Con esta somera descripción observamos las diferencias en la calidad de la vivienda y acceso a los servicios entre el patrón y su familia y los mozos. Por ejemplo, en referencia a la salud, los mozos al no contar con los medios económicos, tomando en cuenta el mal servicio que proporcionaba el médico que llegaba a la finca y la lejanía de los hospitales nacionales, se curaban con técnicas ancestrales8, con el llamado “brujo”, el cual formaba parte del aún existente sistema natural de salud indígena. Igual caso sería el “chimán”9, al que se refiera Tayún, con quien acudían para recibir consejos en vez de ir con el cura de la Iglesia de la finca, ya que él estaba convencido que los blancos no van al mismo cielo que los mozos.

Según la historiadora Regina Wagner (1996), los alemanes que vivían en casas opulentas residían generalmente en sus fincas, a diferencia de la mayoría de los finqueros ladinos, que preferían vivir en la ciudad y dejaban la finca en manos de un administrador pagándole un sueldo bajo. La dirección de las fincas siempre estaba en manos de administradores alemanes y el número de empleados alemanes dependía de su tamaño (p. 316). Esta cohabitación representa una diferencia importante en cuanto a la noción del buen patrón se refiere, ya que acerca a éste con las personas que viven bajo a su cargo, los “acompaña” en sus faenas y está atento a las necesidades de la finca, que pueden ser confundidas muchas veces con las necesidades de sus trabajadores.

El hecho de que el finquero alemán viviera en su propiedad no era una casualidad, sino una forma de trabajo que tenía que ver con la educación recibida en su país, para la explotación de la tierra. Wagner, explica que: 

Tanto el aprendizaje comercial como en la enseñanza agrícola impartida en las escuelas y academias de agricultura y en las universidades alemanas, el sistema consistía de una parte teórica y otra práctica. En las escuelas de agricultura, además de los cursos generales, se incluían nociones de veterinaria, supervisión y administración de fincas. En consecuencia, el éxito de las plantaciones cafetaleras alemanes en Guatemala se debió en gran parte a su cuidado y manejo por agrónomos […] [y] sino también métodos capitalistas racionales en la administración de la finca. (Wagner, 1996, p. 310)

El éxito de los alemanes en las fincas cafetaleras tiene que ver justamente en una racionalización de la fuerza de trabajo y, contrario a lo que dice la autora, debemos mencionar que también hacían uso de formas precapitalistas de explotación, como los mandamientos, las habilitaciones y el trabajo por deudas. Otro punto que menciona Wagner (1996), que aproximaba más al patrón con sus mozos, era el manejo del idioma castellano y, muchas veces, de los idiomas indígenas locales (p. 310).

González Izás coincide con Wagner, argumentado que las fincas cafetaleras alemanas de la Boca Costa, para principios del siglo XX, se convirtieron en complejos que administraban expresa y racionalmente desde la gestión general de la finca hasta la división del trabajo, profesionalizando la comercialización y explotación de la tierra con un acucioso sistema de contabilidad, que “desglosaba con precisión las tareas/tiempo/salario/alimentos/deuda de cada trabajador” (González, 2014, p. 300). Entre estos complejos se encontraba la finca Filipinas, que como ya hemos dicho era propiedad de Nottebohm & Hnos, quienes poseían varios latifundios en el área: “El tipo de hacienda que formó este grupo de hacendados alemanes siguió la forma de organizar la producción y los principios administrativos de las grandes plantaciones. No obstante, diferían de las primeras porque tanto el propietario como su familia solían vivir en la hacienda, por lo que su relación con los mozos colonos era más directa y sostenida” (González, 2014, p. 302).

La propuesta de la autora acerca de estos complejos de fincas de alemanes y su forma de trabajo10 coincide con la forma de vida que relata Juan Tayún para la finca Filipinas, específicamente, en donde el patrón sí residía en el sitio. Otra diferencia clave de estos complejos alemanes con las demás fincas, es que la contabilidad “clara” que se llevaba a cabo entre los mozos y sus jornales, producían un sentimiento de justicia entre los trabajadores de la finca, que previamente habían sufrido con los repartimientos, habilitaciones y trabajo por deudas; quizás este punto apoyaba aún más la idea de los alemanes como buenos patrones. Aunado a ello estaba la reserva de tierra que conservaban para el cultivo de productos de primera necesidad y animales para la subsistencia de los mozos, que “constituía uno de los mejores ganchos en la lucha por atraer y sostener a los trabajadores permanentes y atraer a algunos de los trabajadores temporales” (González, 2014, p. 303).

En muchos casos, los grandes hacendados (alemanes) adquirieron propiedades únicamente con el propósito de garantizar la estabilidad de los mozos colonos y/o la movilización de las cuadrillas de trabajadores estacionales. De esta manera, las plantaciones podían sobrellevar períodos de precios bajos cada vez más frecuentes, porque la adjudicación de una pequeña parcela a los trabajadores les permitía atar al mozo a la tierra, reducir su salario y, así, compensar los precios bajos del café. Esta combinación de usos de la tierra de la hacienda nunca significó que se mantuviera un adecuado equilibrio entre producción cafetera y producción de alimentos. (González, 2014, p. 303)

Como lo menciona González, esta preocupación de los alemanes, por tener tierra para cultivo de subsistencia para los mozos, no era por un interés altruista, sino que tenía como objetivo retener a la mano de obra que por temporadas era escasa, y poder mantener a precios favorables la exportación del café, pero a costillas de los trabajadores a los cuales se les recortaba el salario para compensar otros gastos. Es decir, que continuaban utilizando formas de explotación precapitalistas, a pesar de la modernización de instalaciones y administración que aplicaban.

Estas “prebendas” que otorgaban los alemanes a los mozos, que, aunque malas, eran superiores a las proporcionadas por los finqueros locales, y estimulaban la creencia acerca de que los alemanes se preocupaban por la gente y los trataban bien; en síntesis, eran buenos patrones. Juan Tayún valora estas diferencias, en relación al tema de la paga del jornal del café de la siguiente manera: “Los alemanes que son tan buenos patrones, pesan el café en una romana11, pero los del país, y, sobre todo los ladinos aindiados son tramposos y ladrones con nosotros, con razón dice tata que no hay peor enemigo del indio, que el indio aladinado”(Solórzano, 1985, p. 39). Probablemente, los finqueros ladinos pesaban el café con triquiñuelas, para que él refiriera esto, o, quizá, tendría que ver que no existiera aún un sistema de pesaje y medidas homogéneas para todo el país.

Una muestra del aprecio del padre de Tayún hacia su patrón, un ingeniero alemán, que vivía en la finca Filipinas, y cuya familia llegaba dos veces al año a visitarlo, es el siguiente extracto:

Mi tata que quiere mucho al patrón, dice que ser patrón es muy duro, porque él es quien carga con la responsabilidad, no sólo de su familia, sino que la de todas las nuestras, que por otra parte están los bancos de la capital que prestan el pisto para los trabajos de las fincas y lo dan escaso, y los compradores alemanes que son los dueños de los beneficios de Pajapita y Coatepeque, que no pagan lo que vale el café y extorsionan a los finqueros […]. Así pues como dice tata, eso de ser patrón también es fregado. (Solórzano, 1985, p. 48)

Encontramos en esta percepción que el patrón, es como un padre que los cuida y vela por ellos, sacrificando sus propios intereses, razón por la cual deben ser agradecidos y leales. Este paternalismo que forma parte del ethos señorial del que hemos hablado, da cuenta de estas construcciones intersubjetivas que se forman en la relación entre clases sociales. Sin duda el padre de Juan no tenía idea que la familia Nottebohm era dueña de más fincas en la región, de capital bancario, de empresa eléctrica e, inclusive, de telégrafos. Llama la atención que refiere que otros alemanes, dueños de beneficios de café, son injustos y no pagan lo que vale la cosecha. Por lo tanto, surge la duda de si sólo el patrón alemán de la finca, en donde se reside, es bueno o esta mención es excepcional.

La relación directa con el patrón, bajo la percepción del ethos señorial, daba préstamos, velaba por la alimentación, la salud y la educación de los mozos. También las relaciones paternalistas cristalizadas en bautizos o consejos para resolver problemas influían en los mozos la idea de que su patrón era el mejor, el más bueno, lo cual aseguraba lealtades al dueño de la finca en que habitaban.

Muy diferente era la apreciación de los alemanes hacia los mozos indígenas y jornaleros en general. El estudio de Wagner (1996), que resulta valioso por las entrevistas a familias finqueras alemanas residentes en Guatemala, nos da la pauta para adentrarnos en este pensamiento:

Los alemanes palparon muy pronto que la idiosincrasia o espíritu nacional del guatemalteco o ladino, con su amabilidad y cortesía de palabra, pero no de hecho, así como el ofrecimiento de las mejores promesas y atenciones como el “poner a la orden”, el “tal vez” y el “mañana”. Que olvidaban al no más darle la espalda, eran motivos para que entre los mismos guatemaltecos nadie confiara en nadie. A decir de un inmigrante alemán, las virtudes y la moralidad del chapin eran […] cualidades poco dignas de esfuerzo, y que en su diario quehacer mostraban poca energía, falta de escrúpulos, holgazanería y egoísmo […]. Por el contrario las cualidades del alemán se caracterizan, en general, como sigue: cumplimiento, formalidad, puntualidad, disciplina, sentido del orden, constancia y tenacidad […] El alemán piensa “que sin trabajo no hay atajo” y que un “hombre, (es) una palabra”. El iberoamericano en cambio suele pensar que “sólo el tonto vive de su trabajo y el listo de los demás”. (Wagner, 1996, pp. 310-311)

Deberíamos preguntarnos acerca del porqué de la actitud de estos “guatemaltecos” e “iberoamericanos” a los que hace referencia el alemán entrevistado por la autora, ¿habrá sido acaso una forma de resistencia ante la explotación desmedida de los latifundistas y aparatos estatales? ¿la holgazanería, la indisciplina y la impuntualidad podría haber sido parte de un silencioso modo de protesta? La respuesta inmediata es que claramente los pueblos explotados no aceptarían de buena gana el dominio y la explotación que de ellos se hizo a partir de la conquista. Ello se puede ver a partir de levantamientos, motines e incluso huelgas que realizaron los campesinos indígenas y ladinos a lo largo de la historia12. Si bien el ethos señorial provocaba la lealtad y la estimación al patrón, existía también la contradicción interna del individuo y el antagonismo de clase que produciría este tipo de acciones de manera consciente o a veces inconsciente en otras ocasiones.

Los alemanes, por su parte, eran conscientes de la necesidad de la diferenciación social y “racial” para aumentar la explotación de la fuerza de trabajo dentro de las fincas. Por ejemplo, las diferencias que hacían entre mozos colonos, de los cuales formaban parte Tayún y su familia, y los mozos temporales, eran claras. Estos últimos vivían en condiciones paupérrimas y no se les dotaba de las mismas condiciones que a los colonos, además de ser forzados a trabajar en la finca a la que fueran requeridos, primero, por medio de los mandamientos, habilitaciones, enganche por deudas y posteriormente con la Ley Contra la Vagancia.

Por otra parte, salta a la luz la diferencia que hace Juan entre los alemanes y los ladinos. Es probable que Juan tome por finquero ladino a capataces de fincas que eran encargados de administrar los bienes de los criollos y de algunos extranjeros, pero lo que nos interesa es esta diferenciación que hace entre patrones blancos y ladinos, a partir del ethos señorial del que hemos hablado. Los ladinos son calificados en el relato de Tayún como indios “aladinados”, que comparten las mismas facciones y rasgos físicos que los indígenas, pero que poseían poder, por estar en algún cargo de la finca o tener tierra, y considera que son muy crueles con ellos porque quieren separarse de sus raíces indígenas. Desde la perspectiva de los ladinos era conveniente no ser considerados indígenas pues no serían objeto de explotación forzada y podrían ascender en la línea jerárquica de la sociedad de ese tiempo.

En esta diferenciación dentro de la sociedad guatemalteca se basó el modelo de producción de la época: una distinción entre indígenas, ladinos, criollos y extranjeros, que se relacionaba directamente con el acceso a la tierra y los capitales en el país, y fue en esta estructura en la que se basó la explotación de la mano de obra. Por ejemplo, los extranjeros tenían derecho a no pagar impuestos, poseer grandes extensiones de tierra a precios bajos gracias a las políticas liberales para atraer capitales extranjeros, y también para “mejorar” la condición racial de la población que habitaba Guatemala. Algunos extranjeros, como los chinos, tenían grandes misceláneas y capitales bancarios, inclusive, cambiaban en algunas ocasiones cheques a los hacendados. Sin embargo, como no eran el inmigrante “ideal”, es decir, el blanco con cabello rubio y ojos claros, se vieron envueltos en una legislación de control de población y comercio diseñada para ellos. En dicho corpus legal se les reconocía como atenuantes por el hecho de traer capitales, pero se les rechazaba por ser “amarillos”, como se leía en medios de comunicación locales (Barreno, 2004).

Los finqueros locales poseían la tierra, desde la época colonial e independiente, y eran beneficiados con latifundios y mano de obra indígena segura. Los ladinos que, al no ser indígenas, pero tampoco criollos, tuvieron un desarrollo diferente en su forma de vida, y al poder ser ciudadanos lograron obtener privilegios, como, por ejemplo, pertenecer a las milicias, luego al ejército, y a la iglesia. Muchas veces ese ascenso social se traducía en obtención de tierra, y convertirse en comerciantes y productores de diferentes cultivos, lo cual de ninguna manera quiere decir que no existieran ladinos pobres. 

Por último, estaban los pueblos indígenas, repartidos y explotados desde la Época Colonial, con pocas o nulas posibilidades de ascender socialmente, más que dentro de la corporación municipal, las cofradías y en las fincas, como el padre de Tayún, que fue caporal; lo cual le dio beneficios en cuanto a vivienda y tierra de cultivo para subsistencia, pero de ninguna manera cambiar su posición social de explotado13.

Las tribulaciones de Juan Tayún: entre la dictadura y la revolución

Con la entrada de Jorge Ubico al poder (1931-1944) algunas cosas empiezan a cambiar en Guatemala y con ello en la finca Filipinas. En principio Juan y su familia estaban felices porque “don Jorge” dejó sin efecto las deudas de los mozos colonos. Su tata decía que: “esto nos hace más libres porque ahora ya no tenemos que pagar ditas [sic] toda la vida y ya nos les pertenecemos a los patrones por las deudas sino porque queremos estar en la finca, el día que ya no queramos estar, pues nos vamos” (Solórzano, 1985, p. 53). Poco duró la alegría de la familia Tayún, pues al decretarse la Ley de vialidad (1933) debieron de trabajar forzadamente en la construcción de caminos:

Ahora para ajustarnos de penas y salir más jodidos inventó el presidente el boleto de vialidad; la cosa es que el varón mayor de 18 años tiene obligación de trabajar gratis y sin excusa ni pretexto, una semana en las carreteras y caminos públicos, al terminar la semana le dan a uno su boleto de vialidad que hay que enseñarlo a la policía [sic] y a todas las oficinas del gobierno, aunque sea sólo para inscribir a un patojo [niño] recién nacido en el Registro Civil de la municipalidad. (Solórzano, 1985, p. 58)

Esta situación indignó a Juan por lo que, junto al maestro y telegrafista de la finca, don Fabián, pensaba que era injusto porque ellos no tenían carros ni camiones para usar esos caminos, y tomaron conciencia de que esas obras públicas servían sólo a los patrones y a los ricos. Don Fabián es una figura clave durante todo el relato, pues a Juan le gustaba conversar con él sobre distintos temas y él le explicaba sus opiniones al respecto. Esto influyó mucho en el cambio de pensar de Tayún con relación al patrón, las costumbres y las lealtades de su padre, el caporal de la finca.

La Segunda Guerra Mundial sumó problemas al agro guatemalteco, sobre todo, para los latifundios alemanes.Por influencia y a petición de los Estados Unidos, se inició una persecución de los simpatizantes del Partido Nacional Socialista Alemán en Centroamérica, expropiando grandes latifundios durante el régimen Ubiquista en Guatemala. Esto afectó directamente a las fincas de la Boca Costa de San Marcos, no así a la finca Filipinas, ya que la compañía Nottehebom no estaba afiliada a dicho partido: “Los observadores de la embajada británica calificaron a dicha familia como apolítica: siempre habían evitado inmiscuirse en esos temas, ya que los consideraban incompatibles con los intereses de su negocio. Incluso su correspondencia comercial no era firmada con la rúbrica Heil Hitler tal y como era costumbre para otras empresas” (Bert, 2018, p. 225).

Sin embargo, la guerra sí afectó a los mozos de la finca Filipinas ya que escaseaban algunos bienes y subió el precio de los productos básicos. Los latifundios expropiados dejaron “libres” a muchos mozos que fueron contratados por fincas de capital estadounidense. Ante esto Tayún pensaba que “a lo mejor los gringos son tan buenos como fueron los alemanes al menos, según cuentan algunos choferes […] que en Bananera14, un trabajador gana hasta 10 veces lo que ganamos nosotros” (Solórzano, 1985, p. 77).

A toda esta problemática se abrió un nuevo frente, la caída de Jorge Ubico, que Tayún califica en su relato como una pequeña guerra en la capital del país que sacó al “tata” Ubico. Al oír la noticia Juan se fue corriendo a buscar a don Fabián, quien estaba muy feliz, y le dijo: “¡Ya cayó la dictadura! Ahora todo va a cambiar” (Solórzano, 1985, p. 77).Pero Juan estaba muy escéptico porque el conflicto mundial no les había ayudado en nada. No obstante, pronto se daría cuenta de que sí cambiarían algunas cosas.

Esta pequeña guerra fue la denominada Revolución de Octubre, que trajo grandes cambios al agro guatemalteco y buscó que Guatemala se desarrollara bajo un capitalismo modernizante. Entre los alcances que podemos mencionar de dicha revolución está la promulgación del Código del Trabajo, el mandato de salud pública, la desmilitarización de la educación, la extensión de créditos agrícolas, y, por supuesto, la Reforma Agraria que trastocó el dominio general de los grandes terratenientes y las corporaciones extranjeras. La Revolución guatemalteca se alimentó de los procesos, logros e insumos de la Revolución mexicana, lo cual indica no solamente la relación entre ambos países sino los cambios que se daban de manera regional en el subcontinente centroamericano.

La Revolución de Octubre ha sido un acontecimiento muy estudiado desde la toma del poder y las transformaciones políticas y económicas logradas por dicho movimiento; se habla también de los movimientos sociales, estudiantiles, militares y campesinos que apoyaron la lucha; pero no se han tratado de manera profunda las contradicciones que traería para los mozos colonos. 

A nivel local, en la finca Filipinas, Tayún, aunque no tenía la visión amplia de la Revolución de Octubre, veía y escuchaba cosas que le hacían pensar que la situación estaba cambiando:

Acabando la guerra y comenzando lo que le decían en todas partes la Revolución, parece que algo mágico, como de encantamiento pasó, pues todo se volvió alegre, la gente ya no tenía miedo y volvieron a haber reuniones, y al principio nos gustaba mucho ir al pueblo, ya no nos quedábamos el sábado en la finca porque comenzaron a caminar las camionetas […] se llenaba por primera vez de naturales […]. Dicen que quieren que el nuevo presiente sea Juan José Arévalo […] y que todo lo va a cambiar porque es muy bueno y que hay que votar por él. (Solórzano, 1985, p.80) 

Los jóvenes que llegaban a hacer campaña política para Arévalo gritaban y hablaban sobre la democracia, que había que luchar por ella y por Arévalo, pero a Tayún no le quedaba claro porque había que luchar por la “democracia”, pensaba si era una aldea que estaba cerca de Coatepeque o una finca por el Rodeo, San Marcos. Con lo que sí comulgaba era luchar por el candidato porque lo suponía “amigo de todos” (Solórzano, 1985, p. 81).

Cuando Juan se enfrentó a este tipo de conceptos decidió discutirlos con don Fabián, quien le aclaraba, desde su punto de vista, los términos. Así como la palabra democracia se escuchaba constantemente, también empezaba a circular la palabra patria, más de lo acostumbrado, es decir, acerca de lo que enseñaban en la escuela elemental con la bandera de Guatemala. Tayún recuerda que hacía unos años Fabián le había comentado que la patria era sólo de los ricos, sentenciando: “¡Otra vez con la Patria! […] esas son babosadas de ladinos, para nosotros no hay Patria, ni entendemos que quiere decir eso […] yo soy Juan Tayún, indio nacido en la finca Filipinas y trabajador en la misma que nunca ha comido cabal, y que morirá en lo mismo, porque nació indio y se morirá indio […]. Para mí, mi patrón, mi mujer y esta finca que quiero como si fuera mi madre, son Patria” (Solórzano, 1985, p. 81).

Fabián, entonces, trató de convencer a Tayún de que ahora la patria era el país y pertenecía a todos, y que el nuevo gobierno quería ayudar y mejorar a los “indios”. Pero para Juan la Patria era el orden de las cosas como estaban y, en parte, su lealtad al patrón. Las dudas de Juan eran muchas ante el cambio de paradigma político y los nulos derechos de los mozos, que siempre habían vivido dentro de la finca.

Ahora bien, en ese nuevo contexto el patrón los dejaba ir a los mítines políticos con día pagado, seguramente,según Juan, para quedar bien con los que mandaban. Sin embargo, en las reuniones no les daban de comer y no les proyectaban películas, por eso él prefería ir donde los evangelistas que “sí dan cosas”. El paternalismo y el clientelismo que había vivido Tayún lo acostumbraron a recibir cosas a cambio de ir a las reuniones; por tanto, no estaba tan convencido de que el presidente de la República pudiera ser bueno como el patrón. 

Otro punto que le daba temor a Juan era que Arévalo no era militar y por eso no debía mandar mucho, porque no venía acompañado de motocicletas como Jorge Ubico, y no los habían mandado a los mozos a poner flecos de papel de china y gritar vivas, como se estilizaba con la llegada de los anteriores presidentes. Acostumbrado, como estaba Tayún a la militarización de la sociedad, le costó creer que hubiese otra forma de hacer las cosas. Pero su tío Tomás le dijo: “no hay que dejarse engañar, don Manuel15 que no era melitar [sic] sino licenciado duró 22 años de presidente y nadie, ni el melitar [sic] más pintado pudo quitarlo […] que lo que importa no es si es licenciado, militar o maestro, sino el corazón que tenga cada hombre” (Solórzano, 1985, p.82).

Al llegar Jacobo Árbenz al poder, el escepticismo de Juan se exacerbó aún más con la noticia de los cambios que se harían con la Reforma Agraria, en la cual los campesinos recibirían tierras en usufructo para sus cultivos y subsistencia. Asimismo, con ello se proporcionarían créditos agrícolas para hacer productiva la tierra. El administrador ladino de la finca Filipinas platicó con los mozos y les señaló que en las tierras quebradas de la Boca Costa era muy difícil sembrar milpa y que, si mantenían el café, tenían que ver cómo procesarlo en algún beneficio16:

Ustedes comen del jornal y del maíz que les dan cada semana, Una finca de café es un conjunto, no sólo la tierra, a veces le cuesta al patrón vender bien el café, y eso que es el patrón, ¿qué harían ustedes con sus poquitos de café vendiéndolo como si fueran limones? La tierra no es el problema, sino lo que se saca de la tierra en conjunción con todo lo demás. Eso ustedes lo han vivido, cuando no vale el café todos estamos jodidos. (Solórzano, 1985, pp. 85-86)

Juan pensó que de todas maneras siempre “están jodidos, se venda bien el café o no”. Al conocer que tenía nuevos derechos en la finca, como pago de indemnización, salario pagado con dinero y no con especie, defensa ante el despido injustificado, y entender que ni el café, ni el maíz, ni la leña que se les daba semanalmente era regalados, sino que era parte de lo que ganaban con su trabajo, Tayún empezó a interesarse por la política y la lucha de los trabajadores. 

Pero su padre, el caporal de la finca, seguía siendo leal a su patrón y decía que era mejor tener un patrón bueno que todas las leyes que hagan los gobiernos: “¿Quién me va a aconsejar bien si yo tengo alguna pena? […] ¿Cuántos pleitos entre marido y mujer ha arreglado el patrón?[…] Así pues […] es un consuelo tener la sombra del patrón que es como el tata de todos los de la finca” (Solórzano, 1985, p. 88). Sin embargo, Juan pensaba que era mejor tener leyes porque el patrón se podía morir y a su hijo no le importaba nada la finca.

Observamos en este punto lo internalizado que estaba el ethos señorial en los mozos colonos, que preferían ser leales al patrón y que les resolviera con orden sus problemas; que les diera lugar para sembrar su maíz o que les pagara en especie, porque muchas veces en el mercado cambiaban los precios de los productos. Necesitaban seguir teniendo un tata, un buen patrón que los protegiera de tomar sus propias decisiones. Para obstaculizar más la problemática, en ocasiones los nuevos administradores de las fincas expropiadas no sabían manejarlas y muchas veces robaban, situación que se observó en algunos casos. Ante ello los mozos recordaban a sus patrones alemanes con tristeza y se sintieron como huérfanos (Solórzano, 1985, p. 88). 

Hacia 1950 Juan Tayún estaba ya convencido de que la revolución podría ser algo bueno para los mozos y para los “naturales”, por lo que decidió apoyar la candidatura de Árbenz participando en las elecciones dentro de la Unión Campesina17. Al entrar la Reforma Agraria se denunció ante el Comité Agrario Local una parte de la finca Filipinas, ubicada a la orilla del río, y por no estar cultivada fue expropiada. Sin embargo, ésta tierra servía a los mozos colonos para sus cultivos de subsistencia y en ese momento se encontraba en rotación. Los mozos al no saber qué hacer ante este problema se acercaron nuevamente al patrón, quien tácitamente les respondió: “Yo no los defiendo, que los defiendan sus amigos, los líderes comunistas” (Solórzano, 1985, p. 101). Fue así como los colonos habían perdido la protección del patrón y quedaron sin tierra para rotar sus milpas. Ante esta situación se dirigieron con sus compañeros revolucionarios y ellos les aseguraron: “No se preocupen muchachos […] habrá tierra para todos. El Departamento Nacional Agrario está muy activo […] y además está por fundarse el Banco Nacional Agrario, el que va a dar mucho pisto para comprar lo que los campesinos necesitan” (Solórzano, 1985, p. 102). Con estas palabras se tranquilizó Juan, quien manifestó: “Yo no entiendo nada de esto, pero seré muy leal con mis amigos revolucionarios quienes por primera vez en mi vida me han tomado en cuenta y me han tratado como gente. Ultimadamente, yo me conformo con eso que vale más que el pisto, tierra o no tierra, yo ya no soy únicamente ‘el pobre indio Juan Tayún’” (Solórzano, 1985, p. 102). No obstante, muchos de los mozos colonos eligieron quedarse en la finca porque allí se les cubrían sus necesidades básicas.

Al volverse Tayún simpatizante de la revolución fue tildado de comunista por el patrón: “Mi tata ya me dijo que no vaya a verlo porque él es el caporal mayor y que el patrón ya le dijo que parece mentira que un Tayún fuera de esos agraristas y que ya no le tiene confianza” (Solórzano, 1985, p. 111). Juan pensó que tal vez no debió organizarse en la Unión Campesina, pero que ahora ya no podía hacerse para atrás porque se burlarían de él: “A veces pienso que era más tranquila mi vida, porque no tenía enemigos, y ahora el patrón que tanto me quería […], ahora quiere que me vaya de la finca en donde nací y a la que quiero tanto […]” (Solórzano, 1985, p. 111). Aunque ahora sentía que estaba luchando por una causa justa para todos y que eso no lo hacía malo.

En 1954, bajo presiones internacionales de la United Fruit Company (UFCO) y con el apoyo tácito de varios gobiernos latinoamericanos y dictaduras del Caribe y de la oligarquía nacional se generó un Golpe de Estado en Guatemala en contra del presidente Jacobo Árbenz. Éste renunció a la presidencia para evitar el derramamiento de sangre. La Revolución cayó y con ella la Reforma Agraria y muchos de los avances que se dieron con relación al bienestar social de los guatemaltecos. También cayó el sueño de Tayún, quien, al no poder regresar con su familia a la finca, por haber participado en el movimiento revolucionario, sale del país hacia México para evitar su persecución y muerte.

Reflexión final

“El relato de Juan Tayún”, testimonio recogido por Valentín Solórzano, nos permite dar un vistazo a nivel local, en este caso en la finca Filipinas, a las relaciones sociales de producción y el modelo económico a partir del análisis del mozo-colonato durante el régimen liberal de Ubico y su ruptura con la llegada de la Revolución Guatemalteca de 1944. El interés principal del artículo fue poner en la mesa de la discusión la noción del “buen patrón” constituida por el ethos señorial, producto de las relaciones intersubjetivas del antagonismo de clase.

Utilizando como eje principal el relato de Tayún, nos aproximamos a la vida del hijo de un caporal en una finca de alemanes ubicada en la Boca Costa del departamento de San Marcos. Esto nos permitió entender qué características debería tener una persona para ser un “buen patrón”, ante los ojos de sus trabajadores, y las relaciones y formas de vida tangibles dentro de la finca, así como la subjetividad construida por el roce entre clases sociales. Todo ello enmarcado en las nuevas formas de coerción para el trabajo forzado, que fueron requeridas a partir de la crisis económica de 1929 y que el gobierno ubiquista mantuvo desde 1934 hasta su caída. 

Así, un buen patrón de una finca cafetalera era aquel considerado como justo pues satisfacía las necesidades básicas de sus mozos, que, bajo la visión del ethos señorial, eran alimentación, salud, tierra para cultivar y producir alimentos de subsistencia, educación, etcétera. También debería de ser razonable a la hora de pesar el café cosechado, y a partir de ello pagar el trabajo a un precio “razonable”. De igual manera, preocuparse por sus trabajadores aconsejándolos, celebrando las fiestas patronales y resolviendo los conflictos dentro de la finca con “sabiduría”. Los patrones alemanes eran considerados los mejores, según el relato de Juan Tayún.

Uno de los puntos fundamentales a rescatar en el testimonial de Tayún, es el constante debate entre padre e hijo que refleja la hegemonía del ethos señorial al cual nos hemos venido refiriendo. La postura de lealtad al patrón, por parte del padre de Juan, tiene tres momentos importantes: el recuerdo de cómo llegó a la finca Filipinas forzadamente junto con su familia, desde “su tierra” en Comitancillo, San Marcos, a través de un mandamiento del Jefe Político del departamento; el haberse convertido en caporal de la finca lo cual le confería prebendas, tales como mejores condiciones de vivienda, alimentación y cierta cuota de poder; y la férrea lealtad que mantuvo para con el patrón a pesar de los cambios que se empezaban a dar con la caída del régimen ubiquista. 

Esto en contraste con las dudas que asaltaban a su hijo con relación al movimiento revolucionario incipiente, atizadas con las charlas que mantenía con Fabián, el maestro de la finca, y su posterior organización en la Unión Campesina y el movimiento agrarista. Si bien Juan, en algún momento, estuvo convencido de que su vida dentro de la finca era su destino de nacimiento, y que allí viviría y trabajaría hasta su muerte, protegido por su patrón, empezó a ver que había un mundo más allá de la finca. Leyes que conferían derechos a los mozos para ser libres e independientes teniendo acceso a tierra propia, a salud, a educación, en un ámbito nacional lejos de las decisiones que el patrón tomara dentro de la finca.

Para el padre de Tayún el patrón era su tata y se encargaba de velar por sus necesidades y legislaba en relación con los problemas cotidianos de la finca, como lo eran el alcoholismo, la violencia doméstica, las deudas, la holgazanería, etcétera. Es decir, cumplía con los requisitos de un “buen patrón”. Siendo caporal de la finca tenía también responsabilidades para con el terrateniente porque le había dado la “oportunidad” de poseer un cargo de autoridad en la finca. Esta fuerte lealtad creaba conflictos entre las vacilaciones que atribulaban a Juan al conocer la legislación nacional y de carácter democrático que promulgaba la Revolución, y, en contraste, las certezas que tenía su padre al sentirse protegido por el “tata” patrón y su ley: la ley de la finca.

El padre de Juan inclinó su balanza hacia el patrón, quien le pidió que no regresase a la finca porque ya no le tenía confianza por haberse convertido en “comunista”, y asegurándole que en el futuro se arrepentiría porque sólo lo estaban utilizando los políticos. Finalmente, al caer la Revolución, Juan ya no pudo regresar a la finca, huyendo con otros compañeros a México.

Observamos, a partir de la obra de Valentín Solórzano, que el ethos señorial hegemónico no era infalible, porque con la llegada de la Revolución se iniciaron los cambios que trastocaron la vida en la finca “Filipinas” y las tierras aledañas. 

Las dudas de Tayún nos permiten entender los cambios en la estructura económica del país, pero también las contradicciones objetivas y subjetivas que ésta generaba particularmente entre los mozos colonos.

Las contradicciones de la Revolución Guatemalteca y de la Reforma Agraria a nivel local no han sido estudiadas a profundidad, pero podemos mencionar algunas de las problemáticas que observamos a partir del relato de Tayún: la falta de un lenguaje asequible y en su propio idioma por parte de los revolucionarios al dirigirse a la población analfabeta, lo que provocó muchas dudas entre los pueblos indígenas acerca de cómo procedería el gobierno revolucionario. 

El uso de los conceptos de democracia y patria, como ejes centrales en los discursos revolucionarios, eran ajenos a los mozos colonos mames de la Boca Costa de San Marcos, que no lograban internalizar su significado, dado que su percepción de la vida se daba a partir de los sucesos y “leyes” de las fincas, y desde su propia cosmovisión. Así, los mozos colonos dudaban en mantener la lealtad al patrón o luchar por su libertad y tener una vida fuera de la finca, rompiendo la hegemonía de sus “tatas patrones”, contrarrestando el ethos señorial del que hemos hablado. 

En los mozos colonos organizados en uniones campesinas surgieron dudas de cómo se trabajaría la tierra, si para subsistir o para vender la cosecha; ya que se dieron cuenta de las implicaciones de administrar y organizar el trabajo de la finca si ellos tomaban las riendas en las decisiones al respecto. Un problema crucial ante esta situación fue que el gobierno de Juan José Arévalo tenía como objetivo la “modernización” de las formas de monocultivos con miras a la exportación, y no se tomaba en cuenta la forma tradicional de siembra indígena, en la que en un mismo terreno se sembraban varios productos bajo la lógica de la complementariedad ecológica y alimenticia, así como la rotación de los suelos para prepararlos para nuevas cosechas (Chassé, 2020).

A pesar de estas contradicciones, el trabajo político realizado por los revolucionarios y las políticas públicas que aplicaron al llegar al poder lograron ganar muchos adeptos a la Revolución, consiguiendo que gran parte de la población estuviese dispuesta a luchar por los logros revolucionarios. Por primera vez las personas tenían acceso formal a la tierra, se respetó el derecho a la posesión de tierras ejidales y comunales, se proporcionó acceso a salud y educación, se organizaron comités agrarios locales, entre muchos otros logros; pero sobre todo, como lo dice el mismo Juan Tayún, se les hizo sentir que valían como personas. 

Con sus aciertos y desaciertos la Revolución guatemalteca trastocó las estructuras sociales y económicas del país en pro de la población y fue un proceso que marcaría el imaginario social; su memoria alimentaría muchos de los movimientos sociales que se dieron a partir de la década de los años sesenta del siglo XX en Guatemala.


Gabriela Grijalva es licenciada en Antropología por la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), maestra en Sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), estudiante de doctorado en Ciencias Sociales del Colegio de Michoacán (COLMICH) . Investigadora en Antropología en el Instituto de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Arqueológicas (IIHAA-USAC).


Bibliografía

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Taracena Arriola, A. (2004). Etnicidad, estado y nación en Guatemala, 1944-1985, (V. II). CIRMA.

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Weber, M. (1987). La ética protestante y el espiritu del capitalismo. Taurus.


Notas:

  1. De allí su empeño en la construcción de vialidad eficiente y efectiva para la distribución del café llegando a promulgar bajo el decreto No. 1974, en el año de 1993 la Ley de vialidad, cuyo primer artículo afirmaba que todo trabajador apto debía trabajar dos semanas en los caminos públicos que se les designara. ↩︎
  2. Para principios del siglo XX, una persona ladina era aquella, que producto del mestizaje, poseía una ciudadanía diferenciada a los pueblos originarios. Hablaba castellano, se vestía a la “española”. ↩︎
  3. La aldea el Tunco, San Marcos se ubica a 49 km de la cabecera departamental de San Marcos, Guatemala y a 294 km de la capital de Guatemala, Guatemala. ↩︎
  4. Una caballería es una unidad de medida de tierra de origen colonial que en Guatemala es equivalente a 64 manzanas, 44.66 hectáreas o 446,666.66 m² ↩︎
  5. La expresión “hombres naturales” hace referencia a la población indígena. ↩︎
  6.  El relato de Tayún no indica cómo se convirtió su padre en caporal mayor de la finca Filipinas. ↩︎
  7. Gamonal es una expresión para “dadivoso”, pero también puede ser el de una persona con gran poder en un lugar a manera de cacicazgo. ↩︎
  8. En el sistema indígena de salud en Guatemala existen diversas técnicas y oficios de sanación; entre estos encontramos a las comadronas, los chayeros, los sobadores de huesos y los contadores de días o consejeros, dependiendo de la región y etnia a la que se haga referencia. ↩︎
  9. Un chimán es un consejero, guía espiritual, también llamado contador de días. Forma parte del sistema de salud indígena prehispánico. ↩︎
  10. Diferenciada, con otros alemanes asentados previamente en las primeras migraciones que tuvieron como objetivo las tierras de Alta Verapaz. ↩︎
  11.  La pesa romana estaba constituida por un riel, un peso y un punto de equilibrio. En el riel se encontraban las medidas de peso, por un lado, en kilos y por otro en libras. El peso se movía sobre el riel para calcular cuánto pesaba el bulto de café. ↩︎
  12. Como prueba de ello se produciría la Revolución de 1944 y posteriormente la guerra civil guatemalteca (1960-1996). ↩︎
  13. Esta temática es sumamente extensa, por lo cual no la desarrollaremos de manera profunda en el presente ensayo, pero puede encontrase información sobre la llamada “cuestión étnico-nacional” en autores como Taracena, Castellanos Cambranes, Diaz Polanco, López y Rivas, Payeras, entre otros. ↩︎
  14.  Bananera se encontraba ubicado en Puerto Barrios, departamento de Izabal y constituía un enclave importante para el comercio de exportación e importación al país, ya que poseía puertos y allí se asentaba gran parte del cultivo de banano de la United Fruit Company. ↩︎
  15. Manuel Estrada Cabrera, presidente de Guatemala de 1892 a 1920. ↩︎
  16. Un beneficio de café es el lugar donde se transforma el fruto del café a grano. Se quita la pulpa, se pone a secar y en ocasiones se tuesta. ↩︎
  17.  La Unión Campesina era una organización local que comunicaba a través del Comité Agrario Local y este a su vez con el Comité Agrario Departamental, las denuncias de tierra ociosa, la necesidad de herramientas y semillas, etc. Era un ente aglutinante de la organización campesina. ↩︎

La pacarina

Pacarina o paqarina es una voz andina, un término quechua de tenor polisémico, que alegóricamente nos ayudará a expresar nuestras ideas, sentires y quehaceres. Signa y simboliza el amanecer, el origen, el nacimiento y el futuro. Se afirma como limen entre el caos y el orden, la luz y la oscuridad, el nacimiento y la muerte, lo femenino y lo masculino, el silencio y lo sonoro. La pacarina es lago, laguna, manantial y  mar del Sur, el principal eje de la unidad y movimiento del mundo contemporáneo.

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