Manuel G. Abastos y el significado de su participación en la Generación del Centenario 

Frank Alexander Maluquis Ayala
Universidad Nacional Mayor de San Marcos 
maluquisayalaf11@gmail.com

Resumen: Manuel G. Abastos fue miembro de la Generación del Centenario, conocido por sus aportes en el derecho penal, y no tanto por su breve carrera como historiador. Por lo tanto, se puede apreciar dos campos importantes en su vida: la historia y el derecho. En el ámbito histórico, Abastos destacó por su participación en el Conversatorio Universitario de 1921. En el ámbito del derecho, tuvo una notable participación en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, promoviendo la modernización de la facultad. Este artículo analizará la relación de Abastos con su grupo generacional a través de dos eventos clave: la Reforma Universitaria y el Conversatorio Universitario, con el fin de identificar la influencia que tuvo este primer periodo en su trayectoria profesional.

Palabras clave: Manuel G. Abastos, Generación del Centenario, Conversatorio Universitario, Reforma Universitaria, Facultad de Derecho y Ciencias Políticas.

Introducción

Manuel Godofredo Abastos Hurtado (Moquegua 1893 – Lima 1983) fue una figura destacada en la historia intelectual peruana del siglo XX, conocido principalmente por sus aportes al derecho penal. Sin embargo, su nombre ha quedado algo opacado en la historia del Perú. A lo largo de su vida, Abastos combinó su labor académica con su carrera como abogado y docente, y mostró un notable interés por la historia que compartía con sus compañeros de generación.

A pesar de su relevancia como intelectual peruano, especialmente en la rama del derecho, no se ha realizado un trabajo exhaustivo que analice su aporte al Perú, a la Universidad o a la historia. Por ejemplo, en el 2021 se publicó un libro titulado Cien años después: Perú a inicios del siglo XX, editado por la Universidad de Piura, que incluye un texto escrito por Luis Jaime Calderón Losno, titulado La generación del centenario y su contribución a la historiografía peruana. En este estudio, Calderón Losno analizó a algunos de los integrantes de dicha generación, mencionando a personajes como Jorge Guillermo Leguía, Luis E. Valcárcel, Raúl Porras Barrenechea, Jorge Basadre Grohmann y Luis Alberto Sánchez. No obstante, en cuanto a Manuel G. Abastos, solo se recurre a una breve mención sobre su participación en el conversatorio universitario.

La mayoría de los textos disponibles sobre Manuel G. Abastos son artículos de homenaje. En la Revista de Derecho y Ciencias Políticas, en su volumen 50 de 1993, publicó un número especial en su honor, que incluye tres artículos que abordan diferentes facetas de su vida. Además, Gustavo Bacacorzo publicó un artículo titulado Manuel G. Abastos, historiador en el volumen 45 de la misma revista. Finalmente, Gustavo Valcárcel Salas publicó un artículo titulado Manuel G. Abastos (1893-1983) el 25 de noviembre de 2020 en el diario Prensa Regional

Este artículo pretende analizar la vida y obra de Manuel G. Abastos, partiendo de dos eventos, la Reforma Universitaria y el Conversatorio Universitario, para luego vincularlos con su obra como historiador y su trabajo en la facultad de Derecho y Ciencias Política de su alma mater. Se especificará su integración en el grupo conocido como la Generación del Centenario, enfocándose en los dos eventos clave que marcaron el inicio del activismo de este grupo: la Reforma Universitaria y el Conversatorio Universitario. Por lo tanto, el artículo se dividirá en dos partes. En la primera parte, se bosquejará una breve biografía, enfocada en los principales aportes y reconocimientos que recibió a lo largo de su vida. En la segunda parte, se abordará la participación de Abastos en la Reforma Universitaria y las principales ideas que tuvo la reforma para con la Universidad peruana. Con ello se analizará la influencia que tuvo este evento en su trabajo en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. En la última parte, se identificará su faceta como historiador, comenzando con sus primeros textos sobre historia, además de otros artículos que ayudan a entender su pensamiento sobre la labor del historiador.

La trayectoria de Manuel G. Abastos

Manuel G. Abastos nació el 8 de noviembre de 1893 en la ciudad de Moquegua. Fue hijo de Ricardo Abastos y Gabina Hurtado. Esta ciudad, con un extenso pasado, fue reconocida por el propio Abastos, quien, de manera indirecta, ya mostraba su interés por la historia y su tierra natal cuando el 12 de abril de 1917 publicó en el diario El Tiempo su artículo titulado Vistas de Moquegua. En el texto, mostró el lazo de Moquegua con los procesos históricos del Perú. Bosquejó una ciudad activa dentro de los sucesos del país, con una notable riqueza cultural, y destacó la presencia del Colegio de La Libertad, institución a la que él perteneció y en la que se educaron varias generaciones, que contaron con destacados representantes.

Sus estudios previos a su ingreso a la Universidad Mayor de San Marcos también estuvieron marcados por un trasfondo histórico. Estudió en la escuela sostenida por la Sociedad de Artesanos y Auxilios Mutuos Luz y Progreso, y luego en el Centro Escolar dirigido por el profesor Rafael Díaz. Su educación secundaria la cursó en el Colegio Nacional de La Libertad, graduándose en 1909 (Valcárcel, 2020, p. 10). La institución educativa era reconocida en Moquegua, ya que su fundación se remontaba a los inicios de la época republicana. Juan B. Scarsi Valdivia, exalumno del colegio, lo destacó en su discurso por los 131 años de la institución:

En orden cronológico de fundación nuestro colegio tiene el privilegio indiscutible de haber sido fundado por Bolívar entre los cuatro primeros colegios de la Época Republicana […]. Parece increíble que a la vuelta de 131 años, encontrásemos todavía pujante e intrépido, dentro del espíritu moqueguano, el colegio de “La Libertad”. Y es que el sentimiento insobornable de la libertad vigila la vida centenaria de nuestro plantel y grita en silencio su grandeza y esplendor. (Pinto, 2014, pp. 158-159)

En 1916, inició sus estudios en la Universidad de San Marcos, siguiendo los cursos de las facultades de Letras y Derecho. Destacó entre los demás estudiantes por su activismo e interés por la historia. Fue en la Universidad donde conoció a un grupo de estudiantes con los que más tarde serían conocidos como la Generación del Centenario. José Gálvez dijo, en el diario Mundial, que después de “una época de languidez en la vida estudiantil universitaria que ha venido a interrumpir con una clarinada, este grupo prometedor de mozos que ya tienen ofrendado al país una valiosísima aportación a los estudios de crítica histórica y literaria” (Gálvez, 1821, p. 249). Abastos culminó sus estudios universitarios en la Facultad de Jurisprudencia. En 1923, obtuvo el grado de bachiller con la tesis Las orientaciones del nuevo Derecho y el concepto del niño delincuente. Posteriormente, en 1938, alcanzó el grado de doctor con la tesis Los delitos contra el patrimonio en nuestro Código Penal.

Tuvo una larga carrera como docente tanto a nivel de colegios como universitario. “Teniendo que ganarse la vida y ayudar a sus progenitores, Abastos ingresa a dictar cursos de historia en el Colegio Guadalupe (1923), ya graduado de bachiller” (Bacacorzo, 1993, p. 476). Se inició en la docencia universitaria en 1928, en la Facultad de Letras de San Marcos, impartiendo asignaturas como Historia de la Civilización Moderna y ContemporáneaHistoria de la Cultura y Sociología General. También ejerció en la Facultad de Derecho, donde dictó cátedras de Derecho Penal, primer y segundo curso; Práctica de Derecho Penal, primer y segundo curso; Práctica de Derecho Procesal PenalDerecho Penal Especial; y Derecho Penal Comparado (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1965, p. 221). Bacacorzo describió la labor docente de Abastos afirmando que “demostró en todas ellas no sólo una excelente metodología, sino también un conocimiento actualizado, lo cual ya le había otorgado prestigio en el Colegio Nacional de Guadalupe como docente de historia” (Bacacorzo, 1981-1985, p. 165).

En 1936 fue cofundador de la Revista de Derecho y Ciencias Políticas, desempeñándose como jefe de redacción hasta 1954 (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1978, p. 125). Además, redactó varios artículos y reseñas para dicha revista, abordando tanto temas de derecho como de historia. Durante su gestión como director de la Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, la dotó de una moderna bibliografía y una hemeroteca que la complementaba. Su objetivo fue crear una biblioteca propia y especializada para la facultad. Por lo tanto, su distribución se organizó en salas de Derecho Privado, Derecho Público, Diccionarios Jurídicos y Enciclopedias, y de Historia (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1978, p. 120). Asimismo, fundó el Seminario de Derecho, estableciendo el Pre-seminario y los Cursos de Seminario en la facultad. Por su labor en la facultad, el 15 de enero de 1965, mediante la Resolución Rectoral número 22729, el Consejo Universitario ratificó la elección del doctor Manuel G. Abastos como Catedrático Emérito de la Facultad de Derecho.

Manuel G. Abastos en el contexto de la Reforma Universitaria en el Perú 

La Reforma Universitaria en Perú recibió la influencia de la Reforma de Córdoba de 1918, aunque sus causas se remontan a los problemas universitarios y a la situación del gobierno peruano. Para José Carlos Mariátegui, la reforma “en su origen, constituyó principalmente un amotinamiento de los estudiantes contra algunos catedráticos de calificada y ostensible incapacidad” (1943 [1928], p. 136). Le correspondió a la generación de Abastos encargarse de la renovación de la Universidad, un problema que no era reciente en el país.

La reforma adquirió un carácter revolucionario: “La reforma […] afecta más a la forma que al fondo del problema educacional. Mientras subsista el actual régimen social. La reforma no podrá tocar las raíces recónditas de tal problema” (Palcos, 1941, p. 42). Así, considerando la situación del Perú a inicios del siglo XX, resulta imposible que el movimiento funcionara solo con un carácter local o exclusivamente educacional. En 1920, bajo el seudónimo de Enjolras, Raúl Porras Barrenechea publicó en el Almanaque de La Prensa un artículo titulado La Revolución Universitaria.

En mayo de 1919, San Marcos recibió la visita del diputado Alfredo L. Palacios, una figura destacada de la Reforma de Córdoba. Mariátegui mencionó que “el movimiento estudiantil peruano de 1919 recibió su estímulo ideológico de la victoriosa insurrección de los estudiantes de Córdoba y de la elocuente admonición del profesor Alfredo L. Palacios” (Mariátegui, 1943 [1928], p. 136). La presencia de Palacios fue un impulso importante para que los universitarios se levantaran contra la situación de la Universidad. El historiador norteamericano Peter Klarén afirmó:

El catalizador para el estallido de la reforma universitaria en el Perú fue el arribo a Lima del socialista argentino Alfredo Palacios […]. Su discurso tuvo el efecto inmediato de galvanizar al estudiantado a la acción y recibió una amplia cobertura en un nuevo diario progresista llamado La Razón, fundado por Mariátegui. (Klarén, 2005, p. 296)

Como consecuencia de la campaña realizada por el diario La Razón, un grupo de estudiantes se reunió en la casa del estudiante José León y Bueno el 28 de junio. Producto de esta reunión, se convocó a una asamblea de estudiantes de la Facultad de Letras y se formó un Comité de Reforma Universitaria. El movimiento comenzó la mañana del 28 de junio de 1919, cuando los estudiantes acordaron no asistir a las clases de los catedráticos Manuel Bernardino Pérez, Antonio Flores y Constantino Salazar. El diario La Razón, dirigido por José Carlos Mariátegui, documentó este momento como el inicio del movimiento reformista:

Ha comenzado en la facultad de letras el movimiento estudiantil. En la mañana de ayer los alumnos decidieron no asistir a clases que dictan los catedráticos señores Pérez, Flores y Salazar […]. Por la tarde, los alumnos de letras se reunieron en el local de la Federación de Estudiantes y tomaron varios importantes acuerdos para conseguir la reforma universitaria. (La Razón, 1919, p. 1) 

El 2 de agosto se realizó una huelga general. En este contexto, Abastos fue el encargado de redactar un manifiesto titulado Los estudiantes al país (véase el anexo), el cual fue entregado al presidente Augusto B. Leguía. Sobre este texto, Jorge Basadre subrayó que se trató de uno de los “bellos manifiestos” que “fundamentaron las demandas juveniles ante el rector y ante el país” (Basadre, 1981, p. 133).

El manifiesto contenía las protestas de los estudiantes sobre el deplorable estado del gobierno peruano y, por lo tanto, también de la Universidad peruana. Comenzó con la frase: “Nuestra divisa es: Pensar y hacer por el Perú y para el Perú”. Este documento respondía a las principales preguntas sobre la Reforma Universitaria en el Perú. Así, comienza con la primera pregunta: ¿Por qué actuar? A esto responde:

Por primera vez los universitarios hablan al país en nombre del ideal de cultura. Nuestra palabra interpreta el sentimiento de la nacionalidad y el entusiasmo y la esperanza de veinte generaciones […]. Entramos resueltamente al concierto renovador, pues comprendemos que es más progresivo un pueblo cuanto más cerca de la vida pasa la corriente saneadora de las inspiraciones juveniles. (Basadre, 1981, p. 225)

La generación de la reforma se caracterizó por levantarse, a diferencia de las generaciones predecesoras, no solo contra el mal estado de la Universidad, sino también contra el deterioro del gobierno. Para Mariátegui: “en el Perú, por varias razones, el espíritu de la Colonia ha tenido su hogar en la Universidad. La primera razón es la prolongación o supervivencia, bajo la República, del dominio de la vieja aristocracia colonial” (1943 [1928], p. 133). Por lo tanto, el deplorable estado de la Universidad peruana era una consecuencia de la persistencia del carácter aristocrático colonial.

El texto continuo con la pregunta: ¿qué perseguimos? A través de ella, se planteó el objetivo de la reforma:

Queremos descolonizarnos un tanto de las metrópolis científicas europeas; aspiramos al conocimiento de nuestro mundo por nuestro propio esfuerzo intelectual; tratamos de acabar con la disociadora aristocracia universitaria, infiltrando la ciencia que democratiza y unifica: deseamos curarnos de nocivas abstracciones y del extranjerismo ideológico, desviado y enervante; anhelamos formar nuestro criterio positivo para el análisis de este enfermo yacente que se llama Perú. (Basadre, 1981, pp. 225-226)

De esta manera, la reforma se oponía a la dependencia científica europea, proponiendo que era necesario conocer al Perú a través del propio esfuerzo nacional, y así alcanzar la modernización que lograron los países europeos. Pero, antes, debía terminarse con la aristocracia universitaria; solo así sería posible analizar al país de manera adecuada. El manifiesto reconocía el mal estado de la Universidad, atribuido a su herencia colonial, mientras en otros países, especialmente los europeos, avanzaban hacia la modernización: “San Marcos, nobiliario blasón de las letras coloniales, rancia cátedra de ergotistas peripatéticos, dejó de ser el claustro salmantino aplicado a un sabio humanista académico, para convertirse en una mala fábrica de titulados” (Basadre, 1981, p. 226).

El modelo de modernidad se encontró en las universidades extranjeras. Según el manifiesto, en las universidades de Estados Unidos, Alemania y Francia se hallaba la definición de una universidad moderna, donde se enseñaba, se investigaba y se promovía la libertad de ideas. La Universidad debía aspirar: “hacia los fines de alta cultura, que la investigación directa, a la disciplina del saber, a la aplicación del método científico, a la comparación de los resultados adquiridos, y a la adaptación de todos estos al medio en que se vive” (Basadre, 1981, p. 228).

El comité fue consciente de la imposibilidad de modernizar, de manera inmediata, la Universidad según el modelo extranjero, por lo tanto, el manifiesto apostó por una Reforma Universitaria. En sus palabras: “vamos hacia la reforma para que la Universidad encauce y eduque energías caóticas que, siendo fuerza del tiempo y de la sangre, subterráneamente fraguan deformidades en el organismo nacional” (Basadre, 1981, p. 228).

En el manifiesto se planteó una visión para el futuro de la Universidad: un futuro en el que se haya eliminado la influencia aristocrática en las universidades y en el que estas formen profesionales peruanos, comprometidos con las necesidades del país. Sobre esto se menciona: “Ya no se hará pensar a la juventud con un cerebro francés de importación sino con un cerebro peruano dirigido hacia las propias cosas del terruño […]. Los estudiantes creemos que en un pueblo tan atrasado como el Perú –y esto no es participara de las visiones platónicas– la Universidad debe ser la que oriente la vida nacional” (Basadre, 1981, p. 230).

El manifiesto concluyó mencionando los nombres de los miembros del Comité General de la Reforma. Entre los nombres figuraban Manuel G. Abastos, Raúl Porras Barrenechea, Jorge Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre, Haya de la Torre, entre otros. 

Manuel G. Abastos después de la Reforma

Algunos años después del acontecimiento de la Reforma, Abastos fue parte de la modernización de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de San Marcos. Su labor en la Facultad de Derecho no se limitó a ser catedrático; también ocupó cargos administrativos en dicha facultad. 

El manifiesto, y por ende la reforma, impulsaban una creación de una Universidad moderna. En el volumen 42 de la Revista de Derecho y Ciencias Políticas (1978), se reprodujo, bajo el título de Homenaje al doctor Manuel G. Abastos, el discurso que Abastos pronunció en el homenaje que le rindió el Colegio de Abogados de Lima. Ahí mencionó: “Desde 1919, en los manifiestos de la Reforma, había enfatizado que la investigación es el fin eminente de la reforma investigación es el fin eminente de la Universidad y que la docencia profesionalista debe estimularla en vez de eliminarla. Hoy, al cabo de sesenta años, sigo pensando lo mismo” (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1978, p. 122).

En esta etapa, la labor de Manuel G. Abastos se puede dividir en tres áreas: la Revista de Derecho y Ciencias Políticas, la biblioteca de la facultad y el Seminario de Derecho. En la primera área, fue cofundador de la Revista de Derecho y Ciencias Políticas y desempeñó el cargo de jefe de redacción hasta 1954. Además, redactó varios artículos y reseñas para la revista. Entre los textos sobre derecho redactados por Abastos destacan: “El delito de violación del Secreto de la Correspondencia en el Código Penal Peruano” (1978); “El delincuente en el Código Maurtua” (1937); reseña del libro Historia del derecho peruano (nociones generales, época prehispánica, fuentes de la época colonial) de Jorge Basadre (1937); reseña de El rol del juez en la lucha contra la criminalidad de Bernardino León y León (ponencia presentada al Primer Congreso Internacional de Criminología de Roma, 1938) (1939); reseña de Posición internacional del Perú de Alberto Ulloa (1941); entre otros.

En la segunda área, la biblioteca de la facultad, Abastos fue el creador y director desde sus inicios. Su objetivo era establecer una biblioteca moderna, propia y especializada para la facultad. Por lo tanto, su distribución se organizó en salas de Derecho Privado, Derecho Público, Diccionarios Jurídicos y Enciclopedias, y de Historia (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1978, p. 120). Una de las características de esta biblioteca fue su sistema de catalogación y el uso de fichas. Respecto a su labor en la Gaceta Sanmarquina se mencionó: “La labor de la Biblioteca durante el año ha sido particularmente fructífera, gracias a la infatigable labor de su Director, el Profesor Manuel G. Abastos. El incremento de los fondos bibliográficos ha sido de 2,068 piezas, comprendiéndose en ello los 650 volúmenes de la donación Pedro Oviedo Braun. El número total de libros es de 22,646” (1965, p. 6).

Asimismo, Abastos consideró necesario crear una hemeroteca que complementara a la biblioteca de la facultad: “Si el libro es útil, la revista lo es en mayor medida porque si aquel se vuelve estático y acaba cristalizándose, la revista proporciona al lector información de última hora” (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1978, p. 120). Con el objetivo de fomentar la investigación, Abastos no solo creó la hemeroteca de la facultad, sino que la dotó de un importante número de materiales para apoyar a estudiantes y profesores. Se incrementó con 1,872 fascículos, alcanzando un total de 5,611 volúmenes encuadernados. En la biblioteca se registraron 20,150 consultas, mostrando un aumento notable respecto al año anterior. Además, se prepararon 4,100 fichas por materias y autores para las nuevas obras ingresadas, y se reemplazaron 1,500 fichas deterioradas o con errores. En la hemeroteca, se ficharon 11,617 artículos de revistas y se renovaron 731 fichas (Gaceta Sanmarquina, 1965, p. 6).

El último espacio fue el Seminario de Derecho, donde la Ordenanza aprobada en diciembre de 1940 por el Consejo Universitario estableció dos fines. El primero, relacionado con el Pre-Seminario, tenía el objetivo de “adiestrar a los estudiantes de los tres primeros años del ciclo de Abogacía en el manejo del material bibliográfico y para familiarizarse con la técnica del trabajo intelectual en el campo de las disciplinas jurídicas” (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1978, p. 121). El segundo, vinculado a los Cursos de Seminario, tenía como finalidad “fomentar el espíritu científico, desarrollar las aptitudes críticas, estimular la vocación, perfeccionar la expresión escrita y formar investigadores y juristas” (Revista de Derecho y Ciencias Políticas, 1978, p. 121).

Manuel G. Abastos y su participación en el Conversatorio Universitario

Por iniciativa y liderazgo de Raúl Porras Barrenechea, se organizó el Conversatorio Universitario, un evento que consistió en una serie de conferencias públicas sobre la temática de la emancipación. El 28 de julio de 1921, en el diario Mundial, José Gálvez publicó un artículo titulado “El Conversatorio Universitario”, en el cual denominó a los integrantes de la iniciativa como la Generación del Centenario. En el texto se destacó: “Esta generación que podríamos llamar del Centenario, ha logrado dar a su Conversatorio un carácter más nacionalista y más sólido que el realizado anteriormente, en que sólo hay el mérito, a este respecto, de la obra primicial de la propaganda y al calor de un propósito bello” (1921).

El conversatorio se conformó por cuatro ponencias que fueron expuestas del 10 de junio al 3 de noviembre de 1919. La primera estuvo a cargo de Jorge Guillermo Leguía, quien presentó la exposición titulada: “Lima en el siglo XVIII”. La segunda ponencia correspondió a Raúl Porras Barrenechea, quien expuso sobre José Joaquín de Larriva (1780-1832). La tercera conferencia fue presentada por Luis Alberto Sánchez y trató sobre los poetas de la revolución. El cuarto ponente, Manuel G. Abastos, presentó su trabajo sobre las influencias ideológicas de la Independencia. Al año siguiente se realizaron dos ponencias más. La quinta ponencia fue realizada por Jorge Guillermo Leguía sobre Don Toribio Rodríguez de Mendoza. Finalmente, el último trabajo fue presentado nuevamente por Raúl Porras Barrenechea, quien habló sobre San Martín en Pisco (Gálvez, 1921).

Imagen 1. Conversatorio Universitario, 1919

De pié (de izquierda a derecha): Jorge Basadre, Manuel G. Abastos, Ricardo Vegas García, Raúl Porras Barrenechea y Luis Alberto Sánchez. Sentados: Guillermo Luna Cartland, Carlos Moreyra Paz Soldán y Jorge Guillermo Leguía. Fuente: Instituto Raúl Porras Barrenechea, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Manuel G. Abastos en el estudio de la independencia peruana

A diferencia de los demás ponentes del conversatorio, Abastos tuvo una breve etapa como historiador, labor que abandonó cuando comenzó su carrera como abogado penalista. Basadre mencionó la trayectoria de Abastos en la historiografía, indicando que: “Todos ellos continuaban trabajando en el campo historiográfico en 1933, año final de la presente obra, si bien Manuel G. Abastos, que mostrará excelentes condiciones, habíase dispersado en el ejercicio de la abogacía, en la docencia universitaria y en la vida administrativa” (Basadre, 2014, p. 300).

En la época del conversatorio, Abastos ya contaba con textos publicados en diarios y revistas. En ese entonces, Abastos formaba parte de la corriente historiográfica que se discutía en el conversatorio. Entre sus trabajos sobre la independencia se encuentra La influencia ideológica en la revolución peruana de la independencia.

En su ponencia, Abastos planteó su perspectiva sobre la participación de los peruanos en el proceso de independencia, afirmando que “el Perú con mayor rigor quizás que cualquier otra zona americana, como convenía a sus blasones universitarios y como era de esperarse de la viveza imaginativa de los limeños, acogió amorosamente ciencias nunca estudiadas” (Abastos, 1919, p. 2). Para él, esta influencia se refleja en la figura del criollo limeño en la historiografía de la independencia: “A ellas debemos una serie de tentativas que trazan la curva de influencia y nos redime de la tara de pasividad o monarquismo recalcitrante, con que nos obsequian historiadores chilenos o colombianos” (1919, p. 2).

Respecto a los actores de la revolución, Abastos los identifica como un pequeño grupo de ilustrados, influenciados por diversos factores, entre los cuales destaca la ilustración. Mencionó: “conviene dejar establecido que la revolución de la independencia, en general, fue aristocrática” (1919, p. 2). Así, concluye que la revolución estuvo en manos de un pequeño grupo, los criollos. No obstante, reconoce la presencia de otros factores:

Muy otros sentimientos e impulsos animaron el alma colectiva en nuestra independencia. Pasiones anárquicas –según dijéramos en otro capítulo– odios atávicos, reacción contra la fatigante servidumbre. El esfuerzo revolucionario de los criollos, los únicos que soñaron en la nueva unidad política, recibe caudal no escaso de esta grave situación de espíritu. (1919, p. 2)

Abastos atribuyó a la revolución el carácter de una cruzada ideológica desde el último tercio del siglo XVIII, al identificar el proceso de independencia en dos momentos: la etapa educacional y la etapa de acción. En sus palabras: 

Nuestros precursores ideológicos, cuya obra se encierra en un paréntesis que va del año 1787 a 1812, tomado este como término desplazable, no aspiran sino a difundir las luces, a sacudir, en nombre de la cultura, la atrofia mental de una camarilla universitaria vacía y pedantesca, y a concluir con el inutil ergotismo de una juventud mal orientada. (1919, p. 2)

Asimismo, distinguió dos grupos diferenciados por sus objetivos en la independencia: monarquistas y republicanos, o, según Abastos, maestros y discípulos. Aclaró que “debe ser premisa incuestionable afirmar que no se propusieron los introductores del sensualismo enciclopedista y del jacobinismo teórico, erguir la república” (1919, p. 2), ya que eso les correspondió a los discípulos, que fueron “la generación del año 21, la educada en el Convictorio, esa si fue republicana, porque, a la inspiración doctrinaria hubo de unirse en su espíritu una realidad” (1919, p. 2).

Por otro lado, respecto a la magnitud de la presencia de ideas monárquicas, indicó que el Perú resultó perjudicado debido a la mayor presencia de las instituciones españolas en su territorio, el virrey y la real audiencia. Sobre la influencia de los hechos históricos, Abastos sostuvo que, si la influencia francesa penetró considerablemente en un grupo de la población, fue porque sus mentes estaban preparadas por la nueva filosofía. El liberalismo de Carlos III dirigió al pueblo por el camino de la ilustración. Citó un modelo usado en los pueblos europeos para dividir dos momentos en la evolución de la mentalidad, concluyendo que lo mismo se puede aplicar en América, encontrando un tiempo de fe y otro de crítica. El primero abarca la época colonial, mientras que el segundo se difunde a través de Descartes, Locke y Condillac, lecturas que incentivaron el uso de la razón.

Por último, mencionó a los ingenieros americanos, destacando a Toribio Rodríguez de Mendoza, el Fr. Diego de Cisneros, Vivar y Moreno por el Perú; a Celis por la física de Newton; a Paredes, Gala y Arauco por las matemáticas; a Manzanilla por la botánica; y a Pezet, Falconí, Galindo, Ballón Vergara y Morales por la medicina.

Imagen 2. Portadilla del libro Bolognesi y su hazaña (1916) de Manuel G. Abastos.

Fuente: Imagen facilitada por el autor del artículo.

Manuel G. Abastos y su paso por la narrativa nacionalista

En sus primeras décadas, Abastos mostró una afinidad por la historia, compartida con su grupo generacional. Dedicó estos años a la publicación de artículos históricos. Su primer texto, titulado Bolognesi y su hazaña (1916), fue un folleto premiado en un concurso promovido por el Ministerio de Instrucción para conmemorar el centenario del nacimiento del héroe. Al año siguiente, publicó en el diario El Tiempo (12 de abril de 1917) un artículo en el que bosquejó una breve historia de Moquegua, desde su etapa colonial hasta la Guerra contra Chile. En este texto, destacó la participación de su ciudad en la gesta de la independencia:

las campañas á intermedios arremolinaron largas horas de refriega sobre la villa y sus distritos, desde la costa hasta la sierra […]. Fuertes sumas de dinero y horrorosos sacrificios de toda índole, inscribieron una nota de decisiva importancia en las campañas del Sur. Moquegua, pues, debió ser llamada, como en efecto lo fue, ‵benemérita á la Patria′. (Abastos, 1917, p. 4)

Ambos textos fueron escritos durante su etapa de estudiante, en los cuales se aprecia el interés patriótico con el que escribe. Mientras que el primer texto exalta al héroe Francisco Bolognesi a través de sus hazañas, el segundo narra la historia de su ciudad natal, Moquegua, la cual considera una parte importante de la historia del Perú por su participación en los hechos históricos del país. Abastos, desde su faceta de historiador, ejerció esta labor con una relación cercana al futuro del país, manejando un discurso nacionalista. Para Abastos:

Necesitamos historia, hoy más que nunca, historia, historia propiamente dicha, historia concebida como mundo, como espíritu, como afirmación, como discurso de los tiempos, corno vitrina de la nacionalidad, como obra que integre lo vario y lo disperso de todas nuestras desarmonías raciales y de síquicas, y sea como el testimonio concluyente que fuimos y somos un vibrante trozo de la vida de América. (Abastos, 1922, p. IX)

En su participación en el Conversatorio Universitario, Abastos planteó el factor ideológico de la independencia como el argumento que salva al Perú del inmenso hoyo en el que fue enterrado por el discurso histórico de la historiografía decimonónica y extranjera. Abastos señaló respecto a la ideología formada en la coyuntura de la independencia, y previo a ella, que:

Ellas formaron el humus fecundo que alienta nuestra tan discutida revolución. A ellas debemos una serie de tentativas que trazan la curva de influencia y nos redime de la tara de pasividad o monarquismo recalcitrante, con que nos obsequian historiadores chilenos o colombianos. (Abastos, 1919, p. 2)

Ellas formaron el humus fecundo que alienta nuestra tan discutida revolución. A ellas debemos una serie de tentativas que trazan la curva de influencia y nos redime de la tara de pasividad o monarquismo recalcitrante, con que nos obsequian historiadores chilenos o colombianos. (Abastos, 1919, p. 2)

Sobre la postura que debería adoptar el historiador respecto a la herencia colonial, Abastos no estuvo de acuerdo con la interpretación de la historia del Perú bajo un sesgo derivado de los siglos de dominación española. Él afirmó: “debo dejar de revivir sonoras voces de hace media centuria, voces que hablan con exaltado apasionamiento del mal que España nos hizo y del hermoso bien de libertad que la pujanza y la virtud patrióticas obtuvieron para legado de las hoy libres generaciones” (Abastos, 1920, p. 273).

En 1920, publicó en la revista Studium. Publicación mensual de la Federación de Estudiantes del Perú (Lima, 1919-1921) un artículo titulado La doctrina de la emancipación. En este texto, Abastos analizó un grupo de obras de intelectuales de diversos países americanos: José Victorino Lastarria (Chile), J. M. Samper (Colombia), Ángel C. Rivas (Venezuela), Oliveira Lima (Brasil), José Ingenieros (Argentina) y Alejandro Álvarez (Chile). Abastos concluyó afirmando que las causas definitivas de la revolución de la independencia son el americanismo y la influencia francesa. Explicó la aparición del primero diciendo: “Lentamente se forman las matrices históricas, alimentadas por las venas del suelo, de la tradición y de la sangre […] contribuyen a dar a la historia de América orientación necesaria e indesviable” (Abastos, 1920, p. 281). A diferencia del americanismo, la influencia francesa surgió más cercana a la revolución y fue la encargada de esbozar un camino distinto al sistema colonial.

No obstante, estos dos factores solo fueron considerados como causas definitivas, mas no como causas únicas. Su desarrollo en el proceso de la emancipación americana no excluye la presencia de otras causas. Incluso de ellos se desprenden otros factores secundarios de la revolución. Por eso, Abastos sostuvo que “a la par que el minúsculo proceso de la célula se hace acumulativo, esa otra célula impalpable, la idea, trabaja en los espíritus” (Abastos, 1920, pp. 281-282).

El discurso histórico de Abastos estuvo vinculado a los objetivos del Conversatorio Universitario. En sus textos, formó la idea de un Perú que se salva del discurso histórico decimonónico y extranjero gracias a la participación de los precursores intelectuales. Esto fue común entre los miembros de la Generación del Centenario, como se puede ver en la ponencia de Jorge Guillermo Leguía sobre Don Toribio Rodríguez de Mendoza o de Luis Alberto Sánchez sobre los poetas de la revolución:

El siglo XX está marcado por el establecimiento de un discurso histórico nacional que busca peruanizar la Independencia sin cuestionar el protagonismo de los libertadores. La historiografía en ese sentido dio importancia a la figura de los precursores ideológicos del siglo XVIII, aunque básicamente vecinos de Lima, evidenciaban el surgimiento de una conciencia nacional que hizo posible la Independencia. (Loayza, 2015)

Por lo tanto, el objetivo de nacionalizar la independencia peruana fue asumido por la Generación del Centenario en su conversatorio. Según José Gálvez, este evento tuvo un carácter más nacionalista que los esfuerzos anteriores (1921). La producción bibliográfica de Abastos sobre historia estuvo vinculada a su grupo generacional. Esto se evidencia en que, aunque escasa, su producción bibliográfica estuvo relacionada con la historia de la independencia. Quizás su mayor aporte a la interpretación de la independencia fue su conferencia en el conversatorio universitario, aunque esta solo fue publicada en el diario La Prensa, a diferencia de otros trabajos que también se publicaron en folletos. Asimismo, otro texto que ayuda a identificar la tendencia nacionalista en la labor historiográfica de Abastos fue un prólogo que realizó al libro El precursor, ensayo biográfico de D. Toribio Rodríguez de Mendoza (1922) de Jorge Guillermo Leguía. También escribió en el número extraordinario de Mundial (28 de julio de 1921), en la sección “Hombres representativos del Perú”, donde varios intelectuales, entre ellos sus compañeros del conversatorio, participaron. A Abastos le correspondió redactar un pequeño texto sobre Francisco de Paula González Vigil y Bartolomé Herrera.

Lamentablemente, la iniciativa del conversatorio no tuvo influencia en la historiografía de la independencia del Perú. Continuó prevaleciendo la interpretación de Paz Soldán y el discurso hispanista de la generación arielista: “En términos generales, dado el centralismo político peruano, para una historia escrita desde Lima era complicado explicar en clave nacional cómo se gestó internamente la independencia, dado que desde ese punto de vista quienes la definieron fueron tropas y héroes extranjeros (argentinos, chilenos y colombianos)” (Loayza, 2016, p. 31).

Como consecuencia, el aporte de Abastos a la historia, que estuvo vinculado a sus compañeros generacionales, no fue reconocido como lo fueron los de los demás. Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez y Jorge Guillermo Leguía continuaron su labor como historiadores, de manera individual, mientras que Abastos se centró en su carrera como abogado penalista, catedrático y trabajador administrativo en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas.

Reflexiones finales

Manuel G. Abastos fue una figura destacada entre los intelectuales de inicios del siglo XX. Su contribución a la Reforma Universitaria de 1919 fue fundamental, destacándose como uno de los líderes de la Generación del Centenario. Abastos redactó el manifiesto Los estudiantes al país, en el que se expusieron las demandas del movimiento estudiantil por una Universidad moderna, descolonizada y orientada a las necesidades del Perú. Su labor en este movimiento no solo tuvo un impacto en la Universidad Mayor de San Marcos, sino que también influyó en la percepción de la educación superior en el Perú. Este movimiento no sería olvidado, ya que años más tarde, Abastos lo recordaría en su trabajo por modernizar la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas.

En dicha facultad, Abastos dejó una huella profunda. Fue cofundador de la Revista de Derecho y Ciencias Políticas, un espacio que promovió el debate académico en temas legales e históricos. También fue responsable de modernizar la biblioteca de la facultad, dotándola de recursos especializados y creando una hemeroteca que facilitaba la investigación. Además, fundó el Seminario de Derecho, fomentando la investigación y el pensamiento crítico en los estudiantes, consolidando su compromiso con una educación de calidad.

Como historiador, aunque su producción fue breve y ligada a sus compañeros generacionales, Abastos innovó en el estudio de la independencia del Perú. En su ponencia sobre los factores ideológicos de la independencia, argumentó que el proceso independentista fue liderado por una élite criolla influenciada por las ideas de la Ilustración, exaltando el papel de los próceres. Su enfoque historiográfico buscaba destacar el rol de los intelectuales peruanos y contrarrestar la narrativa extranjera que minimizaba la participación peruana en la emancipación.

El legado de Abastos en el Perú es multifacético. En el ámbito educativo, impulsó una Universidad moderna; en el derecho, su trabajo como docente y administrador en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas contribuyó al desarrollo de esta como formadora de profesionales. Como historiador, su enfoque nacionalista y crítico ayudó a revalorar el rol de los peruanos en la independencia. A pesar de que su carrera como historiador fue breve, su influencia en los ámbitos académico y educativo fue duradera y significativa.

En resumen, su integración en la Generación del Centenario influyó enormemente en su dirección académica. Por un lado, encontró en sus compañeros una coincidencia en cuanto a sus intereses históricos, lo que los llevó a manifestar sus ideas de modernización a través del conversatorio y de un nuevo discurso nacionalista. Por otro lado, las ideas incubadas en el movimiento de la Reforma Universitaria lo llevaron a impulsar la modernización en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, un aporte que se mantiene vigente hasta la actualidad, gracias a la biblioteca y la revista que dirigió.

Imagen 3. Fotografía el aula 143 de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos 

Fuente: Fotografía tomada por el autor del artículo, 2024.


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Frank Alexander Maluquis Ayala es estudiante de Historia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Con interés en la historia de los intelectuales peruanos del siglo XX. En la actualidad prepara su tesis de licenciatura sobre Manuel G. Abastos. Ha publicado (2024) en el blog Grupo de Trabajo Historia del Siglo XX la reseña a la tesis de Gabriel García Higueras El joven Raúl Porras Barrenechea: periodismo, historia y literatura (1915-1930)


¿Por qué actuamos?

Por vez primera los universitarios hablan al país en nombre del ideal de cultura. Nuestra palabra interpreta el sentimiento de la nacionalidad y el entusiasmo y la esperanza de veinte generaciones. Quienes ayer hubieran amado el pueril contentamiento de una vida sin tendencias ni inquietudes espirituales, hoy, frente a la pálida y enferma realidad, elevan el íntimo fervor visionario hacia las grandes cosas y los supremos intereses de la patria. La fe en el porvenir orienta las almas y abre prometedoras rutas a la acción de jóvenes energías. Entramos resueltamente al concierto renovador, pues comprendemos que es más progresivo un pueblo cuanto más intensamente se cumplen los deberes humanos y cuanto más cerca de la vida pasa la corriente saneadora de las aspiraciones juveniles.

¿Qué perseguimos?

Perseguimos la organización nacional por medio de la cultura nacional. Queremos descolonizarnos un tanto de las metrópolis científicas europeas; aspiramos al conocimiento de nuestro mundo por nuestro propio esfuerzo intelectual; tratamos de acabar con la disociadora aristocracia universitaria, infiltrando la ciencia que democratiza y unifica: deseamos curarnos de las nocivas abstracciones y del extranjerismo ideológico, desviado y enervante; anhelamos formar nuestro criterio positivo para el análisis de este enfermo yacente que se llama Perú. Y para obtener todo esto necesitamos fundar la Universidad Peruana, cálido regazo de la patria futura, robusto seno de vitalidad mental, materna directora de actividades prácticas y de fecundos ideales nacionales.

He aquí por qué los estudiantes lanzamos al país nuestra palabra de sinceridad, empeñados desde hace un mes en tremenda batalla de profilaxis universitaria.

¿Qué es nuestra Universidad?

El Perú se yergue mediocre en la cultura de América, orgulloso de su universidad secular, mientras un fresco espíritu universitario realiza obra de génesis en países circunvecinos. Si el analfabetismo es índice de anormalidad social, la afanosa conquista del diploma y la seca teoría de una media ciencia postiza y cascabelera son signos de degeneración. Y tal le acontece a nuestro primer centro educativo.

San Marcos, nobiliario blasón de las letras coloniales, rancia cátedra de ergotistas peripatéticos, dejó de ser el claustro salmantino aplicado a un sabio humanista académico, para convertirse en mala fábrica de titulados. Sus disciplinas, muchas de ellas arcaicas o circunscritas, se desenvuelven conforme a programas irrealizables. Sus métodos rutinarios y memoristas, producen neurastenia y rebajan e infantilizan al instituto. Los maestros entre los que para suerte de la juventud hay algunos muy dignos, encariñados con el saber, metódicos y comprensivos, carecen por lo general de dotes pedagógicas, pues las Facultades, olvidando la prueba eficaz de los concursos, elevaron a la cátedra a profesionales competentes e incompetentes, que distaban mucho de ser lo que la cátedra exigía: maestros.

Dando una ciencia envejecida y deformada, la Universidad se propone el ideal del sabio; y no se orienta ni en la dirección altamente especulativa ni en la práctica, aplicada o nacionalizante. La Facultad de Letras vive divorciada de la literatura peruana. La Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas no da ni una mala burocracia diplomática. La Facultad de Jurisprudencia revisa fríamente el Derecho. La Facultad de Ciencias Naturales no crea aptitudes científicas al servicio de la industria. La Facultad de Medicina no estudia definitivamente los graves problemas de la Higiene y la Nosografía en el país.

¿Qué hace, entonces, la Universidad? 

Respecto al abandono en que la Universidad ha dejado el sentido educativo de la enseñanza, pueden aplicarse a nuestro medio estas palabras del profesor español Sela: “La juventud no tiene, en su mayoría, al abandonar la Universidad, otra idea de la vida que aquella con que entró a los cursos de Facultad, ni un sentido elevado e ideal, ni la nobleza de gustos y de pensamientos, que es su consecuencia; nada, en suma, que acredite el desarrollo armónico de todas las facultades del cuerpo y del alma conforme a una concepción racional de los fines humanos, y el completo dominio del objeto de la especial profesión a que cada cual se dedica”.

El concepto moderno de Universidad 

La definición que puede darse de Universidad en los Estados Unidos es: un lugar donde se enseña la universalidad del saber. En Alemania, la Universidad desarrolla la inteligencia y crea el hábito científico; es, según la frase de Fichte, no un establecimiento de instrucción, sino una escuela en la que se hace del estudiante un artista del arte de aprender. El college inglés dirige hacia la vida y fortalece el carácter. La Universidad francesa está abierta a todas las ideas; las ideas abundan y son superabundan. El gran principio que rige en estos centros de estudio es el de la libertad, libertad para los profesores, libertad para los estudiantes. Todos ellos viven en continua gestación de reformas de enseñanza. Todos ellos plantean y resuelven en sus laboratorios y clases de seminario, los problemas que atañen a la vida material y espiritual del Estado. La educación y la política les deben orientaciones precisas; la economía y la industria obedecen a sus inspiradas sugestiones. Y es que la Universidad moderna más que a hacer profesionales tiende “hacia los fines de alta cultura, a la investigación directa, a la disciplina del saber, a la aplicación del método científico, a la comparación de los resultados adquiridos, y a la adaptación de todo esto al medio en que se vive”. Para cumplir tal programa, los discípulos se hacen colaboradores de los maestros; investigan con ellos, descubren con ellos; o sea, los maestros no se limitan a exponer los resultados de la ciencia hecha y vulgarizada, sino que enseñan a remontarse a las fuentes y a la concepción de los métodos; y en fuerza de tal familiaridad directora, es que pueden moldearse las almas juveniles en el troquel de una sabia y cálida presión. De otro lado, la Universidad educa física y espiritualmente. En plena naturaleza, provista de gimnasios y jardines, forma organismos sanos y vigorosos; hace conciencias sanas y fuertes caracteres; vincula al joven a la tierra y a sus muertos y ahonda en las almas la tesis del nacionalismo redentor. 

Esta es la universidad moderna.

¿Cuáles han sido nuestras demandas?

Seríamos utópicos si después de mirar hacia las universidades extranjeras, pidiéramos que San Marcos suba en una hora a tan alto nivel. No. Nuestro criterio es relativo. Tenemos en cuenta deficiencias sustanciales. Guardamos el sentido de proporcionalidad que conviene a quienes estudian un país en infancia. Mas, por lo mismo, vamos hacia la reforma para que la Universidad encauce y eduque energías caóticas que, siendo fuerza del tiempo y de la sangre, subterráneamente fraguan deformidades en el organismo nacional.

Al rector y a los decanos de Facultad les hemos pedido todo aquello que es posible conceder. Hemos exigido que abandonen los claustros maestros dignos y venerables a quienes achaques de edad no permiten ejercer eficazmente sus útiles funciones. Gentes incomprensivas nos han opuesto el argumento sentimental. ¿Cómo es posible que así pague la juventud a quienes dedicaron su vida a la enseñanza superior? ¿Y cómo es posible –respondemos– que un centro de cultura universitaria tenga por maestros a doctores retrógrados encariñados con un dogmatismo estrecho? Acusamos a los sentimentales de ignorancia y antipatriotismo. Sacrificamos a los menos presentándoles la ofrenda de nuestro reconocimiento y reclamando su jubilación, para que se salven los más, aquellos que necesitan de la savia nueva y enérgica de los cerebros selectos.

Nuestra demanda comprende, también a maestros jóvenes en quienes el pecado de deficiencia es más grave. Y se extiende en consideraciones referentes a la provisión y reglamentación de cátedras y concursos; a la orientación de la enseñanza en un sentido eminentemente nacionalista; a la libertad de la cátedra y a la libre disciplina de los alumnos; a la intensificación de los estudios prácticos, disminuyéndose el abuso teórico; al aumento de disciplinas útiles o reducción de las inútilmente extensas; a la creación de bibliotecas especiales para cada Facultad; a la supresión de premios y de todo falso estimulo de aprovechamiento; a la concesión de becas a estudiantes pobres de Lima y provincias; al aumento del haber de los maestros, a fin de que puedan dedicarse por entero a la enseñanza; a la derogación de una ley destinada a abrir fácil camino al dilettantismo profesional; y, por último, a la representación de los estudiantes en los Consejos Facultativos y Universitarios, conquista democrática alcanzada ya en todas las aulas americanas.

Nuestra universidad del futuro

Nuestra Universidad deberá inspirarse en sabias direcciones modernas. San Marcos no hará más esos malos bachilleres y doctores, cuyo excesivo número constituye un pernicioso proletariado. San Marcos se adaptará a la vida y al país; unificará su educación y diversificará su instrucción; desterrará tendencias aristocráticas para abrir sus puertas a todo espíritu ávido de ciencia. Y ya no hará pensar a la juventud con un cerebro francés de importación sino con un cerebro peruano dirigido hacia las propias cosas del terruño.

La vasta e intocada realidad nacional está abierta al universitarismo generoso. La incógnita histórica; los pesantes problemas de la raza y de la higiene; la estrechez económica y el desarrollo de la riqueza; la reforma de los viejos moldes de organización política; de nuestra contradictoria legislación civil; hasta, diremos, la formación de la conciencia moral y nacional deben ser los puntos de mira de nuestra Universidad.

Cultura, grandes raudales de cultura necesita el país; y luego, ciencia aplicada a todas las viejas endemias, sociales. Los estudiantes creemos que en un pueblo tan atrasado como el Perú –y esto no es participar de las visiones platónicas– la Universidad debe ser la que oriente la vida nacional.

Conocer lo que fuimos, saber lo que somos y fundamentar lo que seremos, he allí la obra de la Universidad Futura.

El Comité General de la Reforma:

José Manuel Calle, Ricardo Vegas García, Manuel G. Abastos, Raúl Po- rras Barrenechea, Jorge Guillermo Leguía, Jacobo Hurwitz, Juan Francisco Valega, Próspero Chávez, Fernando Gambirazzio, Luis J. Payet, Luis Alberto Sánchez, Ricardo Arbulú, Raúl Iparraguirre, Lizardo Aste, Elias Lozada Benavente, Carlos Ramos Méndez, David Pareja, Os- car Rojas, Félix Mendoza, Manuel Seoane, Enrique B. Araujo, Jorge Basadre, Ismael Acevedo Criado, Luis Pinzás, Augusto Rodriguez Larrain, Estamante Salinas Carmona, Federico La Rosa Toro, Carlos Solari, Alberto Espejo, Enrique Villarán, Eloy Espinoza Saldaña, Jorge Villanueva, Víctor Raúl Haya de la Torre, José Quesada, Eusebio Colmenares, Sixto M. Alegre, José León y Bueno, Abel Rodríguez Larrain, Alberto Fuentes, Ricardo de la Puente, Ricardo Jerí.


  1. Ubicado en el libro de Jorge Basadre La vida y la historia. Ensayos sobre personas, lugares y problemas (2da edición revisada y aumentada). 1981, pp. 225-231. En la referencia original Basadre comenta “El documento me lo ha proporcionado el Dr. Manuel G. Abastos. Las correcciones son suyas” (p. 231). ↩︎

La pacarina

Pacarina o paqarina es una voz andina, un término quechua de tenor polisémico, que alegóricamente nos ayudará a expresar nuestras ideas, sentires y quehaceres. Signa y simboliza el amanecer, el origen, el nacimiento y el futuro. Se afirma como limen entre el caos y el orden, la luz y la oscuridad, el nacimiento y la muerte, lo femenino y lo masculino, el silencio y lo sonoro. La pacarina es lago, laguna, manantial y  mar del Sur, el principal eje de la unidad y movimiento del mundo contemporáneo.

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