Martha Delfín Guillaumin
marthalalaconica@hotmail.com
Los indígenas en Mendoza, Argentina, actualmente son los neo huarpes de Guanacache y los descendientes de los puelches y pehuenches del sur mendocino quienes desde el siglo XVII se vincularon de manera más estrecha con los mapuches (antes llamados araucanos) llegados a Argentina desde el lado occidental de la Cordillera de los Andes, en el hoy territorio chileno. Si bien, desde antes de la conquista los mapuches mantenían un flujo constante del cruce cordillerano éste se intensificó con la expansión y colonización española y criolla que invadió sus tierras y los obligó a buscar refugio del lado este de la cordillera. Este proceso fue denominado como la araucanización de la pampa y Patagonia argentinas.
En 1878 El Constitucional, periódico mendocino, emprendió una campaña “publicitaria” en la que continuamente elogió las maniobras del nuevo Ministro de Guerra y Marina, general Julio Argentino Roca, a quién llamó
continuador de la obra civilizatoria del ministro anterior Alsina y quien en breve presentará al Congreso un importante proyecto. Este proyecto es tendente a obtener de un modo rápido, la sumisión de los indios, y que permitirá reducir en dos terceras partes el efectivo de las fuerzas que guarnecen la frontera.
Desde ya aplaudimos la idea, no solo bajo el punto de vista moral respecto a la sumisión de los indios, por los medios que la civilización aconseja, sino también por la economía que ha resultado para el tesoro. El General Roca, que tiene hecho estudios especiales sobre fronteras, tiene ahora ocasión de demostrar al país su conocimiento y aptitudes para el mejor éxito de la cuestión fronteras. (El Constitucional, Mendoza, 2 de julio de 1878).
Fueron escasos los escritos de esa época que propusieran otra vía distinta a la aniquilación de los pueblos indígenas. Lucio V. Mansilla quien creía que había que utilizar la vía pacífica para “incorporar al indio al mundo civilizado”.
La delimitación de las fronteras entre Chile y Argentina en la Patagonia derivó numerosos escritos bajo el hilo titulado “la cuestión límites” y en ellos se justificaban las acciones en contra de los mapuches mendocinos, aduciendo que éstos no eran argentinos sino chilenos. Esta idea daba continuidad a la construcción de los mapuches argentinos como “indios alzados del sur” y enemigos dentro del mismo territorio nacional.
Sin embargo, el cacique Saihueque, jefe indio de Neuquén, en cierta ocasión le pidió a un militar una bandera argentina porque otro cacique que tenía una bandera argentina la utilizaba para presidir las reuniones o parlamentos de los indios:
— Decile a tu gobierno que yo también quiero una bandera, pero tiene que ser más grande que la de Casimiro.
— ¿Más grande? ¿Y por qué más grande? […]
— porque yo soy más argentino que él. (Castany, s/f en Laría, 1979, p. 119).
Lo que para nosotros resultaría una contradicción (distinción entre gobierno indio y gobierno argentino) se manifestaba como algo natural en la conciencia de este cacique. De cualquier forma, sintiéndose argentinos o no, los indios pasaron a ser ciudadanos de segunda en su propia tierra.
Después de la campaña del desierto de 1879 se procedió a repartir las tierras ganadas a los indios entre las familias latifundistas argentinas. De esta manera, los indios fueron despojados de sus tierras y sometidos violentamente a la cultura hegemónica que los condujo a una situación de marginalidad, de invisibilización, excluidos de los avances y beneficios de la sociedad argentina. Dejemos a la sabiduría india que nos conteste en boca de un cacique tehuelche y nos dé su opinión acerca de esta realidad: “Ustedes creen que se han hecho dueños de nuestra tierra y no es cierto. La única manera es andar descalzos” (Casini y Polli, 1989, p. 3).
Los sobrevivientes de la arremetida militar argentina de 1879 en contra de los indígenas del sur, conocida como la campaña del desierto, fueron concentrados en reservas.
Las reservas para indígenas ya estaban contempladas desde 1878 en la Ley 947 que autorizaba el gasto para realizar la campaña del desierto del general Roca. En el artículo 19 se decía lo siguiente: “El Poder Ejecutivo reservará en las partes que considere más convenientes los terrenos necesarios para la creación de nuevos pueblos y para el establecimiento de los indios que se sometan” (El Constitucional, Mendoza, 17 de octubre de 1878).
Otros sobrevivientes fueron repartidos entre los militares y familias pudientes para realizar tareas agrícolas o como servicio doméstico entre fines del siglo XIX y principios del XX. En documentos y noticias de la época es posible encontrar estas alusiones.
El lunes por la noche llegaron a este centro 42 indiecitos, de ambos sexos, custodiados por un piquete de línea de la 4ª. División. Hasta ayer se habían distribuido 30, entre las personas que los solicitaron para su servicio. Son todos de 10 a 12 años de edad. (Giménez de Cabrera, 1985, p. 65).
Mientras que en un parte oficial de marzo de 1892 el Departamento General de Policía de Mendoza notificaba al ministro de Gobierno de ese entonces, José Antonio Salas:
Tengo el honor de dirigirme a S.S. para comunicarle que existen en esta Policía y a disposición del Señor Defensor de Menores ochenta y cuatro Indígenas de los cuales son 31 hombres, 27 mujeres y 26 niños y como se necesita alimentarlos pido autorización para gastar lo necesario para racionarlos. (Archivo Histórico de Mendoza, Argentina. Sección Colonial e Independiente, 123/59)
A lo que Salas contestaba otorgando su autorización “con cargo de justificar en planilla separada, la inversión de dichos fondos. Impútese a la cuenta denominada gastos imprevistos de la Administración”. Asimismo, ordenaba que se le diera aviso a la Contaduría General de la Provincia (Archivo Histórico de Mendoza, Argentina. Sección Colonial e Independiente,123/59).
El mismo comandante Salas tenía varias chinas (mujeres indias) a su servicio en San Rafael. En abril de 1880 escribía a su hijo Estanislao avisándole de su próxima boda después de un corto período de viudez: “Si tú quieres a tus hermanas encontrarás este paso por bien hecho, pues ya viste en San Rafael, que las niñitas no pueden estar al lado de chinas de quienes no pueden aprender nada bueno” (Archivo Histórico del Museo de Historia y Ciencias Naturales, San Rafael, Mendoza, Argentina, Sección Correspondencia, 29 de abril de 1880). Por eso era más conveniente, según Salas, que sus hijas tuvieran por compañía a una mujer “llena de méritos” como resultaba ser su futura esposa.
De igual manera, Rufino Ortega, militar de la campaña contra los indios en Mendoza en 1879 y luego gobernador de esta provincia, escogió entre los indios vencidos a aquéllos que tomaría para su servicio.
Muchos indígenas cautivos trataron de huir, pero pocos lo consiguieron, y las noticias y partes de la época también daban cuenta de ello.
Se han encontrado vagando por las calles del Departamento de San Vicente [actual Godoy Cruz] algunos indígenas, los cuales han sido entregados por la Municipalidad de aquel punto a las personas que se presentaron reclamándolos (El Constitucional, Mendoza, 26 de agosto de 1880).
Últimamente, el Lunes en la noche, se hallaron tres indios escondidos en un cañaveral del mismo Departamento, que se encuentran detenidos en la Policía de aquel centro, a la disposición de quienes los reclamen en calidad de patrones. (El Constitucional, Mendoza, 26 de agosto de 1880)
También los indígenas cautivos sirvieron en las faenas del campo, como el caso ya citado de los molinos de Rufino Ortega, militar mendocino, en los que tenía a varios indígenas a su servicio. Precisamente en su propiedad de Rodeo del Medio se registró la fuga de varios de ellos. Entre los fugados se encontraba Antonio Calcuer, indio del cacique Caen, quien había sido conducido por Ortega junto con su gente, la caballada, los objetos de oro y todas sus pertenencias a la provincia de Mendoza, donde al poco tiempo se sublevaron 200 indios pertenecientes a su grupo pue se quejaban de los malos tratos que recibían de uno de los lugartenientes del referido militar. Del hecho resultó muerto el cacique Caen, “acusado de haber vendido a toda su gente”. Los indígenas que huyeron habían jurado vengarse de Ortega; Calcuer se escapó a la provincia de Entre Ríos en 1889. Este indígena regresó en 1896 a Rodeo del medio para cumplir su venganza, pero fue “convencido” por Ortega a olvidar viejos odios y de ahí en más se dedicó a las tareas del campo, “viviendo así honestamente” (Giménez de Cabrera, 1985, p. 67).
Algunos indígenas se mezclaron con la población blanca o no india, se mestizaron tratando de ocultar su origen para no sufrir discriminaciones en su nuevo medio. Otros prefirieron no dejar descendencia, quizás para evitar que sus hijos continuaran la cadena de servidumbre. Muchos murieron durante las marchas forzadas en que fueron llevados a pie desde La Pampa, sur de San Luis y sur de Mendoza a los “campos de concentración” como los denomina Rusconi, quien calculaba aproximadamente 4,000 indios muertos durante el trayecto. Por su parte, Rufino Ortega “acarreó” indios desde Río Negro, Neuquén y sur de Mendoza para ser distribuidos entre las fincas de Rodeo del Medio, San Rafael, Carrizal de Abajo o entre distintas familias de Mendoza. Este “acarreo” comenzó en 1879 y todavía en 1895 continuaban arribando a Mendoza contingentes indígenas. Hacia 1941, Carlos Rusconi realizó varias entrevistas entre los indios sobrevivientes al desastre y casi todos culpaban al general Ortega “de todos sus males” y no conservaban un buen recuerdo de los sitios en donde habían sido ubicados (Giménez de Cabrera, 1985, p. 67; Rusconi, 1962, T. I, p. 176).
Carlos Rusconi (1962) entrevistó a los sobrevivientes del genocidio en Mendoza y a algunos descendientes (ya mestizados) de indios Huarpes de las Lagunas del Rosario y Guanacache al noroeste de Mendoza. En su trabajo refiere que los indios recibían algunos caballos a cambio de su trabajo, al igual que cierta cantidad de dinero con “la cual preferían invertirlo en la adquisición de bebidas alcohólicas antes que emplearlos para obtener los elementos de mayor necesidad y de bienestar común” (Rusconi, 1962, T. I, p. 185). Los indígenas no estaban acostumbrados a ese tipo de vida y desconocían cuáles eran esos “elementos” de “mayor necesidad” y “bienestar”. La brutal introducción del indígena como mano de obra al sistema económico imperante, su marginación de la sociedad no india a la que había sido arrojado, su pérdida de identidad, su separación no sólo familiar sino étnica al ser arrancado de su grupo, los nuevos valores de la cultura hegemónica, entre muchas otras cosas, seguramente motivaron ese deterioro físico y espiritual que se se manifestaba a través del alcoholismo.
Entre los entrevistados de Rusconi estaba María Isabel Unepeo quien en 1940 contaba con 80 años de edad. Su tipo era pampa puro (sic). Había nacido en Naen-co el 8 de diciembre de 1860. Su padre había sido el cacique Maliqueo. Su madre Carcuanquil. Un tío suyo era el cacique Cuyupán (Cayupán). Epugner (Epumer), el hermano de Mariano Rosas, era su primo hermano. Otro cacique, Painiñancu, era hermano de su madre. Tenía una tía machi(chamana mapuche) de nombre María. Una prima de Unepeo se casó con Namuncurá, a quien ella conoció. También, entre otros indios importantes, conoció a Baigorrita, muy estimado y poderoso. Le dijo a Rusconi “que Baigorrita fue ultimado por las fuerzas nacionales a orillas del río Neuquén”.
A Unepeo le gustaba conversar –apunta Rusconi– cosas de su tierra y las recordaba con mucha tristeza. Ella creía que aún existían tolderías en los parajes donde había vivido cuando joven. Era de trato agradable. No quería acordarse del general Ortega porque decía que todos los males sobrevenidos a su larga familia habían sido causados por dicho militar. Poco después que el general Ortega la trajo a Mendoza, fue cedida al Dr. Lagomaggiore, en cuya casa sirvió muchos años, después pasó a la casa de una familia modesta de Mendoza. Murió en esa ciudad a la edad de 81 años, el 29 de junio de 1942 (Rusconi, 1962, T. I, pp. 129-130).
Unepeo le contó a Rusconi “que una buena parte del trayecto desde Naen-co a Mendoza lo hizo a pie, pero ella pudo presenciar la muerte de muchas personas, algunas de cierta edad, que caían agobiadas por el extraordinario cansancio y éstos eran dejados en el camino para satisfacción de las águilas, caranchos [aves de rapiña], etc. Pues, los militares encargados de conducir a esa caravana humana y famélica no siempre disponían de caballos para los vencidos.” (Rusconi, 1962, T. I, p. 185).
Que este breve recuento permita seguir discutiendo sobre la situación mapuche y de los descendientes de puelches y pehuenches en el sur mendocino. Los agravios históricos que afrentaron legitiman sus luchas y reivindicaciones contemporáneas.
- Sobre el tema de este artículo se puede consultar más en Rebeliones indígenas en Mendoza: 1750 – 1880 [Tesis de licenciatura en etnohistoria], Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1991, escrito por la autora de este artículo.
- Para este texto se consultó las ediciones de El Constitucional, Mendoza, Argentina de 1878 a1880 y el Archivo Histórico de Mendoza, Argentina. Sección Colonial e Independiente (AHM-A) y el Archivo Histórico del Museo de Historia y Ciencias Naturales. San Rafael, Mendoza, Argentina. Sección Correspondencia (AMSR-A).
Bibliografía
Casini, S. y Polli V. (1989). “El Imaginario Patagónico en el contexto de la
literatura hispanoamericana”, ponencia presentada en Jornadas de Pensamiento
Latinoamericano celebradas en Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo.
El Constitucional, Mendoza, Argentina (1878-1880).
Giménez de Cabrera, E. (1985). “La asimilación de los indios después de la campaña
de 1879”. En La frontera interna de Mendoza (1810-1880) (pp. 59-69). Publicaciones del
Archivo Histórico de Mendoza, Imprenta Oficial, pp. 59-69.
Laría, Salvador C. et al.. (1979). Las campañas del desierto y del Chaco. Gobierno de
Mendoza, Ministerio de Cultura y Educación.
Rusconi, C. (1962). Poblaciones pre y post hispánicas de Mendoza (T. I), Publicaciones del
Archivo Histórico de Mendoza, Imprenta Oficial.
Rusconi, C. (1962). Poblaciones pre y post hispánicas de Mendoza (T. IV), Publicaciones del
Archivo Histórico de Mendoza, Imprenta Oficial.


